El león que criaba gatitos
Fernando Llorente, nieto de pastor e hijo de matarife, resultó decisivo para eliminar a la selección de Portugal
Amorrortu le fue a buscar a Rincón de Soto, el pueblo de La Rioja donde creció, y le fichó para el Athletic; Valverde le dio la alternativa y Caparrós le pulió.
El partido de los octavos de final en Ciudad del Cabo estaba encallado, Portugal no cedía en defensa, Torres no pillaba cacho y el crono avanzaba, imparable, con el marcador quieto. Se olía que Del Bosque pensaba meterle mano al tema. ¿Tal vez Cesc? No, apareció Llorente. Inédito hasta el momento, el jugador del Athletic de Bilbao, que llegó al Mundial después de marcar 23 goles en 52 partidos con los de San Mamés el último curso usando el billete que parecía reservado a Negredo, del Sevilla, revolucionó el partido.
La apuesta invitaba a pensar que España buscaría desatascar el camino al gol buscándole al vuelo, porque por su altura -mide 1'93 m- le permite ir de cabeza como pocos. Eso hizo en el primer amistoso de clasificación contra Arabia Saudí en Innsbruck: cazar un centro y clavarla de cabeza. Pero resulta que Iniesta le buscó por bajo, Llorente fijó a los centrales, combinó con el de Fuentealbilla, apareció Xavi para un taconazo letal y Villa resolvió el pase a cuartos. Llorente podrá explicar que tuvo su día de gloria en un Mundial, determinante como fue ante Portugal. En ningún sitio del mundo se festejó su determinante aparición como en Rincón de Soto, un pueblo de La Rioja, poco más de 3.500 habitantes, que desde el martes está de fiesta. Lugar de tamarindos, sauces y chopos, con casas del siglo XVIII que no dejan indiferentes al visitante, en su plaza empezó Fernando Llorente a jugar eternos partidos de críos interrumpidos sólo por el paso de algún tractor. Aunque nació en Pamplona -su tía trabajaba en un hospital como enfermera- Fernando presume, lo ha hecho siempre, de riojano. A Rincón de Soto le fue a buscar José María Amorrortu cuando era responsable de Lezama y le convenció de que fichara por el Athletic. Un tío suyo, hincha de los leones, acabó de decidir a la familia para aceptar la oferta, desestimando una del Barcelona. Fichó por el Athletic, pero siguió jugando en el Funes hasta que a los 12 años se instaló en las Arenas, con la familia de Benito y Maite, unos amigos de Amorrortu, que le trataron como un hijo. Dos años después, al fallecer su "madre adoptiva", Llorente marchó a la residencia del club, en Deusto. Consciente de lo mucho que le hubiera gustado a Maite saber que no sólo triunfó en el Athletic, sino que con España ha jugado un Mundial, Llorente tuvo palabras para ella después del partido.
De niño, echó de comer a los cerdos y recogió huevos de las gallinas de la famila
El punta debutó con el Athletic por una lesión de Urzaiz y la valentía del técnico Valverde
A Llorente le abrió las puertas del primer equipo una lesión de Urzaiz y la valentía de su entonces entrenador, Ernesto Valverde, que le hizo debutar el 16 de enero del 2005 contra el Espanyol (1-1). Tres días después, le marcó tres goles a Las Palmas en un partido de Copa. "Tiene un físico excepcional, por arriba es imparable, pero no es nada tosco ni tampoco el simple tío fuerte que va bien de cabeza", le recuerda Valverde, que elogia su dominio del balón con las dos piernas y algo más: "Fija los centrales como pocos".
Rubio, ojos azules, dicen que se parece al príncipe de Asturias y por eso, en el vestuario de San Mamés, el mote remite a esa similitud con el heredero de la corona. Pero sus recuerdos infantiles poco tienen que ver con Bilbao y se centran en los campos de árboles frutales -"No hay pueblo con peras tan sabrosas como las del mío", presume- que crecen en los límites del vecindario, y con los animales que criaba en casa. Llorente, ahora fiero león goleador, de niño crió gatitos a biberón. "Un día la gata que corría por allí parió siete u ocho gatitos y los crié a biberón porque es la única manera de domesticarlos, porque si los cría la madre, son salvajes para siempre", explicaba, feliz por recordar aquellos tiempos. Sobrevivieron tres y se quedó con uno, al que bautizó como Flipper. Los otros dos, los regaló su padre, matarife del Matadero comarcal de Calahorra durante 25 años, así que nunca le faltó un buen filete a aquel niño que siempre fue espigado como pocos.
A Llorente, de hecho, siempre le conocieron en el pueblo como Fernandito el de Conrado, pastor de ovejas al que no pocas veces acompañó al monte, porque entre partido y partido y las clases de solfeo con la Piluchi, si fue menester le echó de comer a los cerdos o recogió los huevos de las gallinas que su madre vendía en el pueblo. El menor de tres hermanos -Jesús Miguel, el mayor, le saca 15 años y Aitzabel 12, "Soy un accidente feliz", bromea- está más que contento tras haber disputado su primer encuentro en un Mundial. Quien se lo iba a decir a él cuando daba de mamar a los gatitos en los corrales de su casa riojana.
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