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La fórmula 1 llena el Marítim de clientes inusuales

Los cortes de tráfico ahuyentan a viandantes ajenos al circuito urbano

María Fabra

El coche de San Fernando, que no el de Fernando (Alonso), fue ayer la mejor elección para moverse, caminando, por el distrito Marítim de Valencia, en el último día de los entrenamientos del Gran Premio de Europa de Fórmula 1.

Pese a que no se registraron ni grandes aglomeraciones, ni importantes atascos, ni una inmensidad de curiosos atraídos por el evento, el corte de tráfico, sobre todo de las vías que llevan al paseo de Neptuno, hizo que las calzadas se convirtieran en los cauces de quienes se atrevieron a comprobar que el ruido que hacen los coches de fórmula 1 es realmente estridente y prácticamente insoportable.

Quizá ese fue uno de los motivos por los que la playa de la Malva-rosa estuvo prácticamente desierta, algo inusual en un sábado de junio y con más de 30 grados de temperatura. No ocurrió lo mismo con los chiringuitos, terrazas y restaurantes, que sí lograron llenar sus mesas y sillas. Pese a ello, ninguno certificó un mayor volumen de clientes, sino un cambio en éstos, en su atuendo y en los colores de su vestimenta. El rojo fue color de los alrededores del circuito urbano, aunque igual sirvió una camiseta de Ferrari que una de la selección española de fútbol. Las gorras con el Cavallino rampante y la falta de toallas colgadas del cuello también destaparon la ausencia de los habituales.

"Los clientes de siempre no vienen este fin de semana porque les hemos avisado", explicó la responsable de uno de los restaurantes del paseo. "Llenamos, pero con otra gente", añadió. Y es que el acceso al paseo, pese a que existe un aparcamiento público que no se llena, está restringido incluso de noche. "Nosotros anoche (por el viernes) perdimos alrededor de 50 reservas porque no pudieron llegar", aseguró el propietario de uno de los más conocidos locales. "Se vende muy bien Valencia, pero nosotros tenemos más problemas que otra cosa", mantuvo.

En el trayecto exterior del circuito, algunos trataron de robar una pequeña visión de los coches a través de las vallas que lo rodean. En la calle J. J. Dómine, la mayoría de los portales se ataviaron con enormes guardas de seguridad y azafatas y azafatos repasando las listas de quienes tenían acceso a los áticos.

Dentro, en las gradas y palcos del circuito, con gente pero no llenos, la fórmula 1 se mostró como el deporte del mundo menos dado a la comunicación, ya que el ruido de los motores de los coches impide cualquier tipo de comentario. Con los oídos protegidos con tapones y los coches pasando en segundos, las pantallas de televisión y las señas, aunque sean incomprensibles, pasan a ser imprescindibles.

MÒNICA TORRES

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