¿Existe una vacuna contra 'Crepúsculo' ?
Los vampiros de Stephenie Meyer venderán bollería industrial, pero algunos mortales no se entregan tan fácilmente.
Es un hecho: como fenómeno de la cultura popular, no habrá quien lo borre de la memoria de este milenio. Los castos vampiros de Stephenie Meyer ya sirven para anunciar bollería industrial, coches o cuentas bancarias. Quizá sean inmunes a los ajos y muy capaces de besar el crucifijo que les plante el Van Helsing de turno, pero uno siempre puede encontrar razones para odiarlos con toda su alma mortal:
1. La saga Crepúsculo supone para la cultura gótica lo mismo (o, por lo menos, algo muy parecido) que supuso la eclosión del rock cristiano para el legítimo espíritu del rock and roll: su neutralización en clave parroquial, el limado de todas sus aristas potencialmente transgresoras. Meyer, practicante de la muy respetable fe mormona, cogió al arquetipo del vampiro para emascularlo simbólicamente: lo sirvió en forma de atildado no muerto, afín a una castidad totalmente antinatural para quien ha nacido, precisamente, con la exigencia vital de ejercer la infección venérea a través de la incisión de su colmillo erecto.
La saga vampírica es a la cultura gótica lo que el rock cristiano al espíritu 'rock and roll'
2. Quizá el daño colateral más grave sea la elevación a los altares del estrellato romántico-adolescente de Robert Pattinson. Sin duda, es alguien que prefirió interiorizar el método Zoolander que aprenderse Stanislavski: su tupé rematando un perfil de acantilado es la guinda que corona uno de los mayores monumentos a la inexpresividad que ha dado el cine contemporáneo. Lo extraño no es que guste a las adolescentes, sino que la mayor parte de ellas se sientan capaces de besar sus labios sin partirse de risa ante su extremadamente cómico simulacro de belleza.
3. Si, cuando capturó en clave pos-dreyeriana la vida de las comunidades menonitas en México, el cineasta Carlos Reygadas inmortalizó el título de Luz silenciosa, la saga Crepúsculo parece luchar a brazo partido para popularizar otro concepto: el de luz legañosa, que, sin duda, es la que impregna los paisajes de Oregón y Canadá donde se ruedan unas películas de iluminación francamente pocha, que ni el genio del gran Aguirresarobe ha logrado trascender.
4. Anna Kendrick y Kristen Stewart no han tenido otro remedio que asomar el morro fuera para demostrar auténticas dotes como actrices: la primera fue la trepa marisabidilla que provocaba al Clooney de Up in the air la incómoda sensación de ser un auténtico fin de raza. La Stewart ?ue ya reveló precoz talento en La habitación del pánico, de David Fincher?tuvo en Adventureland, de Gregg Mottola, una oportunidad de oro que aprovechó a conciencia para subrayar que en su catálogo expresivo hay mucho más que ñoñería filo-emo.
5. Es injusto culpar a Crepúsculo de todos los males de nuestro tiempo, pero la franquicia no tiene reparo en abanderar todas las lacras que golpean ?, en buena medida, definen?al cine de consumo de última hora: anemia de discurso, star-system de chichinabo, gratuitos saltos cualitativos en cuestión de formato (Eclipse saltará a las salas IMAX el próximo miércoles, y la siguiente entrega se dividirá en dos, a lo Harry Potter)... Pueden hacer apuestas a que la unidimensionalidad del vampiro Edward Cullen acabará siendo carne de 3D antes de que ustedes exclamen: "¡Por las barbas de Satanás!".
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