Histrionismo fiscal
Como un bumerán, la idea, sencillamente, no deja de volver. Al menos, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy quieren asegurarse de que la propuesta de un gravamen mundial a las transacciones financieras siga viva durante la cumbre del G-20 que se celebrará la semana que viene en Canadá. El presidente francés y la canciller alemana afirman que defenderán la idea conjuntamente, pero saben que no lleva a ningún lado. Igual que otra idea fiscal que intentarán resucitar: la de aplicar un impuesto a los bancos que ayudaría a pagar futuros rescates.
Ni Sarkozy ni Merkel son tan inocentes como para pensar que el G-20 va a ver la luz de repente. Pero su meta es otra: después de meses de disputas y opiniones muy distintas sobre las mejores maneras de superar la crisis de la zona euro, tienen que mostrar al resto de Europa que es verdad que el tradicional tándem francoalemán no está roto. Y ¿qué mejor manera de hacerlo que sacar adelante la populista idea de que hay que gravar a los bancos y castigar a los mercados?
Desde que comenzó la crisis de la deuda, Merkel ha subido el tono de la retórica sobre la necesidad de regular las finanzas, tomar medidas contundentes contra los "especuladores" y hacer que alguien pague por la crisis. Sarkozy se ha mostrado menos tajante al respecto, pero necesita urgentemente mantener tranquila a su homóloga alemana.
Quizá piense que consentir la furia reguladora de Merkel es una manera de calmarla. Además, una actitud conciliadora le ayudaría a apaciguar su ira por la despreocupación fiscal de Francia. Está claro que Merkel espera que una mayor furia antifinanciera tranquilizará a los muchos detractores que tiene en su país, después de que la acusaran de ceder demasiado ante Francia cuando se mostró de acuerdo con un mecanismo global de rescate para los países deudores de la zona euro.
El problema es que esta demostración de unidad un tanto artificial no va a engañar a nadie. Los ministros de Economía ya han eliminado del orden del día de la cumbre la idea del impuesto a los bancos, y nadie más quiere saber nada de un impuesto mundial a las transacciones.
Merkel y Sarkozy están dando a entender vagamente que quizá sigan adelante y tomen la medida unilateralmente, aunque los demás no quieran. Quizá crean que es una amenaza. Pero para sus rivales financieros, esto no sería más que una oportunidad.
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