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Columna
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Derry y Ferrol

Manuel Rivas

Para alguna gente, en España, la palabra "memoria" se ha vuelto sospechosa. Dices "memoria" en un café y ves rostros que se giran torvos. Es asombroso que una palabra así viva en la atmósfera con un estigma. Sin embargo, en muchos medios alérgicos a la "memoria" se ha destacado con loable normalidad informativa que el premier conservador británico pide perdón a las víctimas y reconoce la verdad del Bloody Sunday, después del demoledor Informe Saville. La investigación desmonta la gran mentira de la versión oficial mantenida durante años. Lo ocurrido el 30 de enero de 1972 en Derry, en Irlanda del Norte, durante una manifestación por los derechos civiles, fue una matanza de inocentes y no un enfrentamiento. En la prensa española se han sugerido algunos paralelismos históricos, pero siempre referidos a otros países. A mí me retumban los tiros en los tímpanos. Pocos días después de aquel Domingo Sangriento, el 10 de marzo de 1972, una manifestación de trabajadores fue baleada por la policía franquista en el entonces llamado Ferrol del Caudillo. Corría sangre por las calles de la ciudad natal del dictador. Murieron dos obreros. A uno le reventaron la cabeza. Al otro, el corazón. Y más de medio centenar quedaron con heridas muy graves, víctimas de los "disparos al aire", según las soeces informaciones gubernativas. Ningún manifestante iba armado. Iban a cuerpo descubierto, aquella mañana de plomo. Se manifestaban por sus derechos laborales y por las libertades de todos. No hubo ninguna investigación. No compareció ningún juez. Me equivoco. Decenas de víctimas fueron detenidas, sometidas a tormento, incluso estando heridas, y muchas condenadas a años de prisión. Éramos estudiantes de instituto. Fuimos a un funeral, con la iglesia cercada por furgones policiales. El sacerdote tuvo la valentía de decir los nombres de los muertos: Amador Rey y Daniel Niebla. Mis respetos por su decencia, señor David Cameron.

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