Alemania no se reconoce
Expulsado Klose, Serbia sorprende a los germanos, que fallaron un penalti
No solo España descarrila de forma imprevista. También la maquinaria alemana es capaz de griparse unos días después de fulminar a Australia. En un Mundial nadie está a salvo. Serbia, que se pegó un tiro en el pie ante Ghana, segó a Alemania, sacada de quicio por el español Undiano Mallenco, que expulsó a Klose a los 36 minutos y cambió por completo el discurso del partido.
En un encuentro con muchas cicatrices y algo convulsionado, los serbios a punto estuvieron de entregar de nuevo la cuchara cuando el viento soplaba a su favor. Si frente a los africanos fue Kuzmanovic el que confundió el voleibol con el fútbol y de un manotazo llevó a Ghana a un penalti triunfal, ayer le llegó el turno a Vidic. El central del Manchester United, también proclive a los juegos de mano, regaló otro penalti. Esta vez, para fortuna de Radomir Antic y los suyos, Podolski falló. Stojkovic, ex guardameta del Getafe, acertó y Serbia logró su primera victoria mundialista como país independiente. Alemania queda en una situación delicada, en alerta ante el Ghana-Australia de hoy.
Sin canalladas de por medio, Undiano no mostró flexibilidad. Así es el arbitraje español
Del impacto causado en el primer encuentro, a estar colgada del alambre. Nada hacía presagiar el traspié de Alemania. El arranque subrayó el nuevo estilo germano, más tendente al juego pausado, sin los excesivos abusos de su habitual supremacía física. El fútbol escultural que desde hace siglos distingue a Alemania era ahora cosa de jugadores con menos esqueleto, como Özil, Müller y Marin.
Con Serbia cautelosa, el equipo de Löw llevaba el mando sin apretones, con la intención de dar fluidez a la pelota, nada que ver con su vocación por el combate aéreo y el juego pedreguero. Solo una circunstancia alteraba la producción alemana. A la media hora, en un duelo sin navajas, Undiano ya había multado a Klose, Ivanovic, Kolarov, Khedira y Lahm. Todos, amonestados ante la contrariedad general. Undiano y el peso de la ley, nada de contemplaciones o ese templar gaitas que distingue a otros colegas arbitrales más conciliadores. El español mantuvo el listón y, con el mazo judicial en alto, alguien tenía que ser condenado. Klose intentó arañar una pelota por detrás a Stankovic sin mala intención, pero el serbio cayó trastabillado por el roce. A golpe de reglamento, a la calle. Nada de un poco de flexibilidad cuando no hay canalladas de por medio. Así es el arbitraje español -Undiano mostró nueve amarillas y una roja, el mayor número de tarjetas en un partido en este Mundial-.
Con Klose sin tiempo para llegar al purgatorio, Serbia, rancia hasta entonces en el ataque, se sacudió por primera vez los complejos. Krasic, un extremo muy revoltoso y con maña, sacó de rueda a Badstuber. Su centro al área fue mal encarado por Mertesacker, que quiso imponer su techo frente al gigantón Zigic, escoltado a media altura por Lahm. A cambio, Jovanovic quedó aislado en el área pequeña. La dejada del pívot serbio fue aprovechada por su compañero. En un suspiro, Alemania con diez y un gol contra. Pero la rendición germana nunca fue algo parvulario.
Con ventaja en el marcador, Serbia, pese a su superioridad numérica, se mantuvo precavida, distante de Neuer, el meta alemán. Todo lo contrario que su adversario, que agitó cuanto pudo a la defensa balcánica. Podolski remataba una y otra vez; Lahm percutía sin cesar por la derecha; Khedira, autor de un remate al larguero en el primer tiempo, ya sin Klose, se descolgaba con ahínco, y Müller iba y venía. La tricampeona del mundo echaba de menos a Özil, mucho más apagado que en el estreno ante Australia.
Serbia, por su parte, es un equipo con gran espíritu gremial, muy voluntarista, que impone su talla en las dos áreas, su mejor virtud. Ivanovic, Vidic y Subotic descorchan con su altura cada pelotazo que llega por los cielos. En el ataque, el asunto es cosa de Zigic, al que el larguero frustró un cabezazo poco después de que a Krasnic le ocurriera lo mismo con un poste.
El ímpetu alemán, su carácter, le llevó a 11 metros del empate. El absurdo desliz de Vidic, su palmeo innecesario, dejó a Podolski frente a Stojkovic. No era el día del extremo de origen polaco, que no hizo diana pese a sus siete disparos a lo largo del encuentro. Al fallo de su jugador reaccionó Löw con todas las baterías: el joven Marin, al que su levedad no le delata como futbolista alemán; Cacau, un brasileño nacionalizado muy veloz, y Mario Gómez, un tanque que oculta bajo su corpachón su ascendencia española. Alemania no encontró remedio. Del todo a la nada. Lo contrario que Serbia, resucitada. El grupo se enreda. Una angustia inesperada para la tricampeona. Una señal de humo para la nueva Serbia.
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