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Columna
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Nuestros derechos, sus rigideces

En las actuales circunstancias, donde los derechos laborales y las conquistas sociales están en el punto de mira, recordar cómo y por qué hemos llegado hasta aquí es un ejercicio didáctico y revelador.

El modelo de crecimiento en época de bonanza, donde la especulación era el motivo de negocio, enriqueció, y mucho, a unos pocos, y repartió trabajo precario y capacidad de endeudamiento a la gran mayoría. Este modelo, que fue jaleado como el mejor de los posibles, es el que ahora se denosta, pese a que sólo unos pocos poníamos en duda la bondad y sostenibilidad de su crecimiento.

Cuando estalló la crisis en su versión financiera e internacional a finales de 2007 había quienes menospreciaban los efectos que pudiera tener en nuestro país, y advertían que nuestra burbuja, la inmobiliaria, tendría un aterrizaje suave. Sin embargo, cuando los eufemismos dejaron paso a la evidencia -nos encontrábamos inmersos en una profunda crisis- no faltaron quienes urgieron a tomar medidas drásticas, encaminadas a poner un paréntesis en la economía de mercado. Eran tiempos de "refundar sobre bases éticas el capitalismo", y en la práctica, de arrimar el hombro con el dinero de los contribuyentes, a riesgo de que el tsunami barriera del mapa bancos y otras grandes corporaciones. Lo importante, se nos decía, no era identificar a los responsables de la crisis, sino actuar para resolverla.

Una vez apuntalada la jerarquía financiera y empresarial con ingentes cantidades de dinero público, se cierra el paréntesis, se absuelve a los culpables, y se hace borrón y cuenta nueva. Si formalmente es en los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país donde reside la soberanía, hoy las políticas públicas, las prioridades y los objetivos políticos se marcan desde fondos de inversión y agencias de calificación, que valoraban como excelentes los bonos basura. La crisis no es sólo económica y social, también es una crisis de la política y de sus valores democráticos.

Si el mayor problema al que nos enfrentamos es el desempleo y la falta de demanda agregada, la prioridad acaba siendo la lucha contra el déficit mediante medidas injustas e ineficaces, aún a costa de aumentar el desempleo y deprimir aún más la economía. Si el mercado de trabajo, y los derechos laborales, no fueron ni el origen ni la causa de la crisis, se exige una reforma laboral enfrentando deliberadamente a los trabajadores. A los parados con los ocupados, ya a los ocupados con contrato temporal con los indefinidos, hasta acabar considerando el trabajo, y más aún cuando éste tiene unas condiciones dignas, como un privilegio que debe ser reformado, y no como un derecho que debe protegerse.

Las viejas recetas, las mismas de siempre, vuelven a airearse como solución de nuestros males. La más demandada, la reforma laboral. Sin embargo, las cinco reformas laborales que ya se han realizado en nuestro país han demostrado cómo aquellas que minan nuestros derechos no crean empleo. Tampoco facilitar y abaratar el despido fomenta el empleo indefinido, sino que precariza nuestro trabajo, lo hace más vulnerable, y nos aboca a un modelo poco productivo e insostenible como ya ocurrió en el pasado.

Hablan de eliminar rigideces laborales, pero sus rigideces son nuestros derechos.

Paco Molina es secretario general CC OO-PV.

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