Anticlímax en Nueva York
Son ricas, famosas, se veían guapas (o semibellas), pero ahora necesitan aerógrafo y Photoshop para volver a sentirse las que rompen y rasgan en las mejores tiendas y coctelerías de la Gran Manzana. El estreno de Sexo en Nueva York 2 parece haber generado consenso donde la serie original dividía opiniones: la franquicia es quizá la más inadecuada oferta de ocio en tiempos de crisis.
1. Patty Bouvier, una de las avinagradas hermanas de Marge Simpson, acuñó la mejor definición del fenómeno televisivo Sexo en Nueva York en el episodio Proposición semidecente de la decimotercera temporada de Los Simpson. Según la entrañable arpía, "Sexo en Nueva York" era "esa serie sobre cuatro mujeres solteras que se comportan como gays". Dio en el clavo: el celebrado producto de la HBO no marcaba un triunfo de lo femenino en el imaginario televisivo, sino una gayerización de la mitología femenina que alcanzaría su cénit en la posterior Mujeres desesperadas, que, sin duda, habría alcanzado la perfección si su casting hubiese estado integrado exclusivamente por transexuales.
"Una serie sobre cuatro mujeres solteras que se comportan como gays", decían en 'Los Simpson'
2. ¿Por qué le llaman sexo... cuando quieren decir amor (o su simulacro)? La serie, inspirada por las columnas periodísticas —y el libro que las recopilaba— de Candace Bushnell, tuvo su gran golpe de efecto en la naturaleza deslenguada y vocacionalmente procaz de sus diálogos. Ver a mujeres adultas hablando explícitamente de pulsiones venéreas no era, a finales de los noventa, algo demasiado presente en la oferta televisiva, pero había mucho de espejismo en todo el asunto: Sexo en Nueva York ofrecía, en el fondo, la sempiterna historia de princesa (urbana) en perpetua búsqueda de su príncipe azul (a ser posible, con nutrida provisión de visas oro).
3. Frente a un televisor que, en plena crisis, bombardea con programas del cariz de Mujeres ricas (La Sexta) y Casadas con Hollywood (Cuatro), sin que la población salga a las barricadas, una mente conspiranoica se pregunta dónde demonios ha ido a parar eso que llamaban lucha de clases. El gran vehículo de Sarah Jessica Parker puso, sin duda, la primera piedra en la reprogramación ideológica, especialidad amansamiento de las masas, que, sin necesidad de lobotomía, al escuchar la palabra cóctel ya piensan antes en Chicote que en molotov.
4. En su última novela, Bienvenidos a Metro-Center, el visionario J. G. Ballard sugería que el consumismo era el nuevo fascismo. Su novela postulaba el centro comercial de extrarradio como primordial foco de irradiación de un neonacionalismo populista afecto al pan y fútbol. Lo de Carrie Bradshaw y sus chicas, por supuesto, no tiene mucho que ver con esto. Lo suyo representa otro plano de realidad: la esfera platónica de esa antiutopía pavorosa, una aristocracia calzada en manolos que recorre un sendero de baldosas amarillo/oro en dirección a las tiendas más exclusivas, esos templos del consumo high class donde la clientela habitual de un shopping mall común sería fumigada a la entrada.
5. Cuando Sexo en Nueva York fue elevada a la categoría de franquicia cinematográfica de multisalas, el famoso (y dudoso) lugar común de que el mejor cine de nuestro tiempo se ha refugiado en televisión pudo sufrir un importante revés, pero no fue así. Admitamos que las aventuras de Carrie, Miranda, Samantha y Charlotte fueron, para su público potencial, buena televisión: su paso a la gran pantalla fue el equivalente a lanzar al mercado un envase familiar (o una oferta a granel) de Chanel nº 5. En suma, una pesadilla hipertrófica, televisión inflamada sin redentoras pausas publicitarias para tomar aire entre tanta frivolidad autosatisfecha.
6. A propósito del estreno de Sexo en Nueva York 2, la periodista Hadley Freeman rompía una lanza a favor de lo que había significado la serie televisiva... para echar por tierra la discutible vida cinematográfica de la franquicia. Según ella, Sexo en Nueva York era inteligente, divertida, cálida y sabia, un producto dignificado por cierta verdad emocional. Es posible que al espectador masculino se le escapasen algunas de las sutilezas que Freeman supo apreciar. También cabe valorar otra perspectiva: la adaptación al cine no ha hecho sino hiperbolizar los ingredientes más irritantes que, definitivamente, ya estaban allí.
7. En Sexo en Nueva York, la película de 2008, el personaje interpretado por Jennifer Hudson (la asistente personal de Carrie Bradshaw) hizo que saltaran las alarmas: los ecos de Hattie MacDaniel y su "zeñorita Ezcarlata" en Lo que el viento se llevó (1940) delataban que la sofisticación urbanita de la franquicia no estaba tan al día en cuestiones de sensibilidad racial. La respuesta al problema en Sexo en Nueva York 2 resulta pasmosa: colocar a sus personajes en Abu Dabi para que se midan en cuestión de prejuicios con Oriente Próximo, burkas incluidos, a través de un gag climácico que, seguramente, no será muy festejado en el entorno de Al Qaeda.
8. Hasta ahora, la franquicia Sexo en Nueva York había tenido a su máximo aliado en cierto sector (en concreto, el sector "¡qué total!") de la comunidad gay. Quizá ese sea el motivo de que la secuela se abra a bombo y platillo con una ceremonia de matrimonio homosexual con Liza Minnelli incorporada (y beyoncizada de manera harto imprudente). Quizá la idiotez de dicha escena, rica en adornos homófobos, sea el motivo de que incluso al sector "¡qué total!" le queden pocas ganas de que haya una tercera película.
9. En el fin de semana de su estreno mundial, Sexo en Nueva York 2 ha tenido que librar su particular pulso con Shrek, felices para siempre. Tras una recaudación de fin de semana que daba como vencedora a la segunda, parece que Carrie y sus amigas se han hecho con el primer puesto. Si alguien rodase una película sobre esta épica batalla podría titularla La guerra de las franquicias zombis (o en avanzado estado de putrefacción). Quizá sea un signo de los tiempos: el favor del público ya no funciona como buen termómetro para averiguar cuándo han caducado las viandas que antes se antojaban lozanas.
10. Michael Patrick King, tras la pista falsa de la referencia a la excelsa Sucedió una noche (1934), de Frank Capra, parece haber querido homenajear en Sexo en Nueva York 2 a ciertos clásicos, algo discutibles, de la comedia exótica variante fantasía oriental, como Ruta de Marruecos (1942), de David Butler, o Ishtar (1987), de Elaine May, pero aderezando el conjunto con un humor de brocha gorda que hace parecer al Mariano Ozores de Los energéticos (1979), todo un discípulo de Ernst Lubitsch.
Sexo en Nueva York 2 se estrena hoy.
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