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Columna
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Despojar el género

Jordi Gracia

En literatura a menudo lo de menos es acertar y lo de más viene del lado de la tentativa y la alucinación, incluso de la interrogación perpleja camuflada de revelación epifánica. Con las formas de la autobiografía ha empezado hace algunos años a suceder eso en España y fuera de España, y quizá la tensión más alta de la literatura empieza a adueñarse del género para hacerle escalar, ya sin miedo, la ruta que lo separa del registro fidedigno y lo conduce a la pura literatura o el largo poema en prosa. Por ahí entiendo yo que ha concebido Félix de Azúa su Autobiografía sin vida y ahí leo la poderosa invención de este libro. A simple vista su originalidad está en algunas de las enormidades que dice o incluso en la propensión apocalíptica que desprende, pero esa es una falsa impresión: leer desde la literalidad este libro es condenarse a entenderlo rematadamente mal o, al menos, muy pobremente. Se trata más bien de reconocer la modulación literaria de un género (o de una modalidad literaria) en mutación muy activa en los últimos decenios y que en este caso toma sus energías de la plenitud literaria del ensayo: esta autobiografía gravita a partir del ensayo, la poesía y la confidencia pero invenciblemente también de la radicalidad. Félix de Azúa reserva gran parte del ruido radical para el análisis del presente y hacia el final de Autobiografía sin vida explica el colapso al que ha llegado el arte actual, prolongación imitativa del pasado que ya ni siquiera es trivial porque es materia inerte. Pero insisto en que eso da un poco igual porque debe leerse como una tesela más, aunque central, para vertebrar un autorretrato radical y lírico.

Autobiografía sin vida

Félix de Azúa.

Mondadori.

Barcelona, 2010.

168 páginas. 17,90 euros

A la intemperie: Exilio y cultura en España

Jordi Gracia

Anagrama.

Barcelona, 2010.

256 páginas. 16,50 euros.

Lo que no hay manera de leer sin taquicardia es la forma de este ensayo porque es una transparente y elíptica autobiografía conceptual. La elipsis atañe a todo lo que no importa para escuchar la lección última y esencializada. La autobiografía está hecha con la biografía del arte desde los bisontes perpetuados en una cueva de hace miles de años hasta las últimas y desoladoras noticias (de hace treinta años). La abstracción es su lenguaje y la inteligencia su curso: cuántas veces no le dijeron a Azúa que lo malo de sus novelas era el exceso de inteligencia (o la inteligencia mal administrada). Ahora ha puesto a trabajar la inteligencia estética para dar con un relato que ensaya terminantemente, y por eso se hace verdad conceptual y necesariamente trágica (en la sala de revelado que es esta autobiografía, el ironista se descubre como trágico e incluso como metafísico). Excepto en tres o cuatro medias líneas (donde deja el rastro de la edad evocada en cada capítulo), sumadas a las alusiones casi cifradas a este o aquel compañero de ruta, el resto del mecanismo es una poderosa máquina de matar morralla, emparentada con la prosa de ideas del mejor Benet y como han hecho aquellos que con la excusa de contar algo "en realidad proceden a constructos lingüísticos de indudable poesía lírica, o lo que es igual, cuyo fin son los propios constructos en tanto que constructos literarios". De la biografía no queda más que el resto estilizado, purificado: el despojo que es la inteligencia sola y estupefacta pero también consciente de estar entregando un ensayo lírico de autobiografía. Abstracción y poesía se juntan para la reinvención del relato autobiográfico. Como aquí se tocan no se habían tocado en las letras españolas, quizá con la salvedad de otra gran brevería, otro ensayo de autobiografía despojada como fue L'agent provocador, de Gimferrer. Para ir acabando, no está nada mal.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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