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Columna
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Un fantasma muy vivo

En La historia de un muerto contada por él mismo, un relato corto de Alejandro Dumas, varios amigos se reúnen para contar historias junto a una chimenea. Uno de ellos empieza a narrar el día de su propia muerte, a la que precede un encuentro con el diablo. "Esta noche estoy muy alegre", le dice el diablo en un momento de la conversación, "hoy han ocurrido en el mundo cosas que me encantan. Creía a los hombres degenerados, los creía vueltos virtuosos desde hace algún tiempo, pero no: son siempre los mismos, tal como los creé".

El juicio del caso Minutas es la historia de un muerto contada por sus amigos. Se trata de unos individuos que se reúnen cada mañana en una sala de la Audiencia Provincial de Málaga con la intención de cargarle el muerto al muerto. Nunca un muerto estuvo más vivo en un juicio. Jesús Gil, el gran ausente, es quién más presente está. El que fuera alcalde de Marbella es como el diablo del cuento de Dumas. Y todos los días ocurren cosas que le hubiera encantado escuchar. Su sucesor en la alcaldía, Julián Muñoz, se está comportando tal y como él lo creó.

Durante la última semana ha sido Julián Muñoz al que le ha tocado contar su versión de la historia. En su relato se ha desvinculado de la contratación del abogado y presidente del Sevilla, José María del Nido, y ha trasladado a Jesús Gil la responsabilidad sobre todo lo que pasaba en el Ayuntamiento de Marbella: "Él era el que ordenaba, mandaba y dirigía absolutamente todo. Yo firmaba lo que me mandaba porque tenía una fe ciega en él y entendía que todo era de buena fe; lo que se demostró después rotundamente incierto". Según su propio testimonio, Muñoz pasó por la alcaldía de Marbella sin vida propia. Su cabeza, a la hora de tomar decisiones, era la de un muerto. Se limitaba a firmar lo que le ponían por delante. Ni sentía ni padecía. Nunca le tembló el pulso, quizás porque nunca tuvo pulso. Como cargo público, Muñoz debía su existencia a Jesús Gil. No era un miembro de su equipo, era un apéndice de él. No delinquía de forma consciente. Era un inconsciente delinquiendo.

Jesús Gil está más vivo que nunca. Además de en la memoria de algunos personajes como Muñoz, nos queda su teoría política. Esa forma de gobierno que el creó: el despotismo sin ilustrar, que logró exportar por toda la geografía española y cuyas maneras siguen hoy tan vigentes como nunca. Gil apareció como un fantasma en el juicio cuando todos lo esperaban, justo en el momento en el que uno de los principales procesados tenía que dar explicaciones. Lo hizo tan sólo unos días después de su anterior aparición pública. El día que la Junta y el Ayuntamiento de Marbella se quitaron otro muerto de encima: la situación de las 16.500 viviendas ilegales que quedaron blanqueadas con la aprobación definitiva del Plan General de Ordenación Urbana de la ciudad. 16.500 monumentos a la corrupción que se levantaron a fuerza de recalificaciones y comisiones millonarias.

Qué bien ha sobrevivido Gil a la muerte. En La historia de un muerto contada por él mismo, el diablo otorga al final un deseo al protagonista. Se trata de un muerto enamorado que pide un rato de vida para reencontrarse en un baile con su amada. En medio de la trifulca, Satán le dice al muerto: "Date prisa, rompe los sellos, coge tus ropas y oro, sobre todo mucho oro; deja los cajones abiertos, y mañana la justicia encontrará el modo de condenar a algún pobre diablo por rotura de sellos; será mi pequeña ganancia". Las posibles condenas contra el gilismo, incluido el caso Malaya o el caso Minutas, no son más que las pequeñas ganancias de una sociedad que, durante algunos años, lo perdió todo. El oro lo siguen teniendo los amigos del muerto. El fantasma de Gil puede descansar satisfecho. Todos sus concejales son exactamente como él los creo. Incluso la Marbella de las 30.000 viviendas ilegales está como la dejó.

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