Pureza de líneas
Hotel Hiberus, arquitectura con firma tras la Expo de Zaragoza
Puede que el vacío post Expo haya hundido en la melancolía a Zaragoza, pero lo cierto es que la capital del Ebro juega ya en la división de honor de la hotelería contemporánea. En plena resaca y alentado por la experiencia de Barcelona tras las Olimpiadas de 1992, el propietario de la cadena Palafox, Felipe Sanz, se ha atrevido a inaugurar dos hoteles de gran tamaño bajo la firma de dos colosales equipos de arquitectos: Rafael Moneo, autor del Reina Petronila, y el tándem que forman José Antonio Martínez Lapeña y Elías Torres, artífices del anexo al museo de Kumamoto, en Japón; la explanada del Fórum de Barcelona, y ahora este hotel Hiberus, situado en el recinto de la Exposición Universal de 2008, junto al Palacio de Congresos, la Torre del Agua y el pabellón puente de Zaha Hadid. Seguramente nuestro empresario y diplomático zaragozano esperaba más del evento mundial, pero el futuro le sonreirá en cuanto la ciudad se transforme en un centro reconocido de congresos y seminarios profesionales.
Hotel Hiberus
PUNTUACIÓN: 6,5
Categoría oficial: cuatro estrellas. Dirección: paseo de los Puentes, 2. Zaragoza. Teléfono: 876 54 20 08. Fax: 876 54 20 09. Internet: www.palafoxhoteles.com Instalaciones: garaje, piscina, salas de convenciones para 3.000 personas, salón, comedor de desayunos, restaurante Celebris. Habitaciones: 164 dobles, 12 suites; todas con calefacción, aire acondicionado, teléfono, TV satélite, wifi, radio, minibar, secador de pelo, albornoz; habitaciones para no fumadores. Servicios: 4 habitaciones adaptadas para discapacitados, no admite animales domésticos. Precios: desde 60,75 euros + 7% IVA; desayuno, 9,30 euros + 7% IVA.
Ya el edificio se significa desde lejos por su pureza de líneas y su morfología compacta, larga como la eslora de un transatlántico, con la mayoría de sus habitaciones orientadas al Sur, inédita en su perspectiva norte gracias a los paravientos de hormigón y acero en lamas que resguardan los patios ajardinados, bajo los cuales se extienden diversos salones de convenciones. De noche, un espectáculo luminotécnico en colores da vida e identidad al hotel.
Todo lo contrario de lo que sucede en el interior, cuyo enorme vestíbulo de acogida se ve desabrido e intemperado por la baja ocupación actual del establecimiento. Tanto que, en su rincón, la recepcionista parece un alma en pena desgranando las horas ante el juicio final. A lo largo del edificio se suceden las instalaciones comunes: el salón, ambientado con monitores solitarios; el restaurante Celebris y su terraza, frente a la ribera del Ebro; el desayunador, demediado por un biombo que lo achica cuando se dan cenas informales. No es un hotel diseñado, desde luego, para estar vacío.
La misma frialdad aqueja a sus 176 habitaciones, limpias y funcionales, modernas y tecnológicas. Previsibles en su interiorismo, con muebles de Arne Jacobsen y lacados verdosos en las paredes. Resguardadas del mediodía mediante unos parasoles de lamas metálicas ajustables desde el interior. Y adormecedoras, porque nada resulta más cómodo ahí que zambullirse bajo el edredón sin necesidad de colgar el cartel de no molesten en la puerta. El personal de servicio, aunque escaso, le tiene bien tomada la medida al sitio y se afana en atender a los huéspedes como si el hotel estuviera lleno.
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