Meter barriga
A menudo, la actitud de los políticos en los medios nos hace pensar que son vendedores de una marca que en lugar de comprar tenemos que votar. En otras ocasiones parecen personajes de Patito feo, la serie argentina que causa furor entre los niños españoles. Tal es el enganche, que Canal Disney, esa religión masiva y abusadora, ha repuesto los episodios desde el primero. Presté atención al producto cuando la hija de una amiga andaluza, fiel seguidora, me anunció que quería ser actriz, pero actriz argentina. ¿Se imaginan que todos nuestros niños se convierten en argentinos? ¿Y nuestros políticos? La última encuesta del CIS ha demostrado que se comportan un poco como esos chicos de la serie, algo caprichosos y expuestos a constantes crisis afectivas. A los políticos, los españoles en las encuestas les dicen todo el rato que no los quieren. Pero ellos saben que al final, como las chicas de ese colegio, todos necesitan alguien en quien apoyarse y acabarán bailando con las Divinas o con las Populares.
No es bueno perder el respeto a los políticos, entre otras cosas porque ellos se someten a algo que los demás, salvo cuando entramos en la casa de Gran Hermano, nos ahorramos. Y es el voto. Pero la pataleta con que reciben la encuesta del CIS no ayuda a merecerse ese respeto. Se les transparenta demasiado que la venta del producto está por encima del producto mismo y comienza el tira y afloja, lleno de interpretaciones que recuerdan mucho a la noche electoral, cuando todos sacan una conclusión favorable de cualquier resultado deprimente, o a aquellos anuncios del "si encuentra algo mejor, cómprelo". Al final la encuesta del CIS sólo viene a marcar el comienzo de la operación bikini. Esa dieta concienzuda que la gente emprende para conseguir entrar en el bañador del verano pasado. El periódico o la emisora amiga cumplen la función de dar la papilla bien triturada para que no haya nadie a quien se le atragante. La encuesta obliga, como las fotos, a meter barriga. Y quizá Rajoy ha calculado mal la grasa que aporta el roce con la corrupción, del mismo modo que los socialistas anuncian la reforma temiendo que la dieta sea forzosa y no un cómodo régimen de adelgazamiento paulatino.
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