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Columna
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Periodismo de garita

Si en España existiese auténtica conciencia histórica habría que volver a leer a los escritores fascistas, o lo que quiera que fuesen aquellos dandis con mentalidad exquisita que tanto contribuyeron a la conformación de la retórica imperial y nacionalista propia del franquismo. No, por cierto, por motivos arqueológicos, sino para comprobar hasta qué punto esa retórica y su trasfondo ideológico sobrevive en nuestro presente. En primer lugar las Memorias. Mi medio siglo se confiesa a medias de César González Ruano, y, por supuesto, Madrid, de Corte a Cheka, la novela de Agustín de Foxá. El curioso podría encontrar ahí un estilo literario de navaja plateada, una prosa de chulapón castizo pagado de sí mismo, y podrá, con buen ojo clínico, hacer la genealogía de un periodismo de garita que encontró en Umbral su mejor heredero y que se prodiga hoy por doquier, en una operación de revisionismo estético y político que va de Anson a Raúl del Pozo, pasando por tantos otros que se apuntan a la moda, como el ínclito Juan Manuel de Prada.

Madrid, esa rara excepción en medio del páramo, se toma a sí misma por España

Sin embargo, más allá de los adornos y faralaes, del efectismo y la displicencia del señorito de derechas de toda la vida -"baba repugnante" la describió Juan Marsé- también se podría, por contraste, repasar la obra de Arturo Barea, que nos dejó en La forja de un Rebelde no sólo el retrato honesto, desde el lado republicano, de las aciagas horas del Madrid asediado, sino también el espejo del Madrid de principios del siglo XX, aquel todavía pueblo de medio millón de habitantes, gentes de pobres oficios -lavanderas, aguadores- en una ciudad centro de la aristocracia, oficina central de la decadente monarquía hispánica. O, ya en el seno del conflicto bélico, la Guerra y vicisitudes de los españoles, de Julián de Zugazagoitia, una crónica serena de la contienda -la mejor, sin duda- que declina "toda intención apologética". Lo que, naturalmente, no impidió que fuese fusilado en el cementerio de la Almudena en Noviembre del 40. Son dos obras de otro calado moral.

Como muestra también de una literatura menos arrogante y altanera, más conforme al espíritu cabal del republicanismo y como evocación a la vez del Madrid de entre los dos siglos (XIX-XX) habría que volver los ojos a Los pasos contados, la obra de Corpus Barga escrita en el exilio. Todavía en su infancia, cuenta, los señoritos madrileños que iban a los sainetes del Apolo y luego al café Fornos se asomaban para contemplar cómo pasaban por la calle de Alcalá, la antigua cañada, los rebaños de ovejas con sus "zagales y rabadanes, toda la jerarquía complicada de los pastores". Era una ciudad seca, pero en la que abundaban los charcos: "Los mozos de cuerda, como se les decía a los gallegos por el instrumento de trabajo que les servía para atar las cargas que transportaban, poseían también, como oficio propio, el transportar, de una parte a otra de los charcos, a las damas y los caballeros que no los habrían podido pasar por sí mismos sin mojarse hasta media pierna. En la Plaza de Oriente, frente al Palacio Real, los charcos tenían a veces profundidad capaz de producir víctimas infantiles".

Ese Madrid ha cambiado hasta extremos siderales. Madrid es hoy una ciudad estratosférica, un río de dinero corriendo a través de las venas del estado que, tal vez por ello, intenta darle lecciones a quien quiera que le preste oídos. Madrid es, sin duda, la historia de un gran éxito en las últimas décadas. Poca broma con ello. Pero ante los periódicos, editoriales y artículos en los que vierten su facundia los autores herederos de los Ruano y Foxá y tantas otras terminales del nuevo conservadurismo, tan ahítos de vanidad después de haber conseguido salir del armario, convendría, sin embargo, llenarse los oídos de cera, y dejarla correr... Don?t worry. Be happy. El canto de las sirenas hay que combatirlo con frugalidad, sin dejarse inmutar, comiendo lechuga.

Los herederos de ese señoritismo literario, demagógico y falso hasta la médula, se reparten con rara ecuanimidad entre las páginas de El Mundo, La Razón, La Gaceta y el ABC . Desde todas esas cabeceras se irriga a presión la ideología que pretende monopolizar el concepto y la representación de España. Madrid, esa rara excepción surgida en medio del páramo, se toma a sí misma por España y desde las columnas de sus periódicos una legión de góngoras de ocasión, jaleándose los unos a los otros, urgen a dar la batalla por la restitución de las señas de identidad de lo que fue la derecha española de siempre.

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Es un periodismo de aguas turbias, que hace muecas y lo desorbita todo en el convencimiento de que es el tremendismo lo que puede darle su oportunidad. El hermano mayor de la fraternidad es, desde tiempos inmemoriales, Jiménez Losantos, con su gesto, con su verborrea bronca y brillante, dos adjetivos que definen la ética y la estética de esa cofradía de columnistas macarras.

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