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Los 'sin techo' se quedan sin suelo

Las obras de remodelación de la pasarela de entrada al teatro Fernán Gómez dejarán sin refugio a las decenas de indigentes que duermen allí cada noche

"Claro que hace mucho frío, pero mejor aquí que al raso". La lógica más elemental es suficiente para que Julio Castaño, un indigente de 29 años, argumente por qué cada noche decenas de sin techo pernoctan en la pasarela cubierta que hay a las puertas del teatro Fernán Gómez, entre el parque del Descubrimiento y la plaza de Colón.

Desde que hace tres años una mampara sustituyera la cascada que antes adornaba la entrada del centro, el túnel se ha convertido en un refugio para personas sin hogar que buscan cobijo. Un triste contraste entre día y noche que trueca la prisa de los ejecutivos de la calle de Génova y la sonoridad de los tacones por Recoletos por el silencio de los cartones y la serenidad de esos mendigos que ven en este rincón de Madrid el sitio perfecto donde descansar resguardados.

"Nos tendremos que buscar otro agujero", dice uno de los habituales

Pero hay quienes nacen sin demasiada suerte. Esta cueva urbana está a punto de ser lapidada. El Fernán Gómez tiene previstas unas obras de remodelación en este tramo que "deberían haber empezado ya", asegura una portavoz. Al menos mientras duren los trabajos será inviable extender ahí cartones que hagan las veces de colchón. "Quedará más bonito", sostiene Lourdes Hernán, una espectadora que "de cuando en cuando" acude a este teatro. "Nos tendremos que buscar otro agujero", contrapone uno de los habituales, Julio, desde el otro lado de la moneda.

Es miércoles 6 de mayo y el mercurio del termómetro se empeña en dar cancha al invierno. Sobre las diez de la noche, media docena de personas esperan sentadas en un bordillo a que el teatro se vacíe. Después, manos a la obra. Cartones, mantas, abrigos... De lo que fue el foso de la antigua fuente, hoy un verdadero armario para los sin techo, comienzan a salir artilugios que ayudarán a estos hombres a aguantar el frío. El teatro no tiene queja de ellos. "Siempre se tumban cuando la gente se ha ido y a las nueve de la mañana se van", afirman los empleados nocturnos de seguridad.

Rozando la media noche, ya hay una docena de personas en el túnel. Muchos menos que en las noches más frías del año, cuando llegan a reunirse allí más de una treintena de indigentes. Casi el 7% de las alrededor de 535 personas (datos de 2009) que pernoctan al raso en la capital, según el Ayuntamiento.

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Estos sin techo aseguran que cada uno va por libre, aunque han formado una especie de pequeña familia. "Será triste dejar de ver algunas caras", reconoce Julio. Cada mirada cuenta una historia diferente. Está Vicente, un sardo de 50 años que hace tres decidió venir a España cuando vio un programa en la tele que se llamaba La mafia del hormigón, asegura. Pensó que se trataba de la respuesta a sus problemas. Aquí todavía no ha dormido en un sitio que no sea la calle.

Julio es vital, alegre, inteligente y abierto. Se busca la vida. Pide en la puerta de una iglesia. También está Manfredo, un sonriente alemán con problemas mentales, y Rubén, y Juan...

Voluntarios de varias asociaciones les visitan cada noche. Hoy Solidarios para el Desarrollo y Remar les han traído yogures y café caliente. Ellos también están preocupados por que el cierre de la pasarela obligue a los mendigos a pernoctar en "sitios peores". El SAMUR Social les visita tres o cuatro veces por semana, según el Ayuntamiento. Se preocupan de que no sufran ninguna enfermedad y tratan de convencerles para que vayan a los albergues.

A las cuatro de la madrugada ya nadie queda despierto, y a las seis el frío intenso arruga las mantas contra los cuerpos. Quedan algo más de dos horas para que el guarda del teatro dé los buenos días a todos para avisarles de que deben de irse. Julio remolonea. Quizás esté soñando con esa vieja idea suya de "conseguir la fórmula para llevar agua a África". O tenga ese otro sueño en el que un hombre llega al túnel y le dice que "ha cobrado la herencia de un tío rico". "¿Te imaginas?, un palé de oro", explicaba horas antes con una carcajada en la boca. Luego se le borró la sonrisa. "Total, no sabría qué hacer con él. Seguro que acababa repartiendo monedas a cada uno de los que viese pidiendo en una iglesia".

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