Sólo para mitómanos
La Gran Manzana se puede visitar siguiendo cualquier patrón: la ruta del pijerío, la del cinéfilo, la del melómano, la del amante del teatro Ahora bien, hay un camino menos explorado: recorrer el mapa saltando de famoso en famoso, pero sin necesidad de ver ninguno. El truco consiste en visitar sus hoteles, sus restaurantes, sus clubes , donde, evidentemente, es casi imposible encontrarles.
Lo ideal para empezar el día sería un té en Teany (90 Rivington St.), propiedad del músico y vegano militante Moby, donde todo es más natural que una empanada de bífidus activos. Lamentablemente, el bar fue pasto de las llamas y no reabrirá hasta finales de año. Así que en su lugar puedes arrancar con un brunch en un local pequeño, cuco (que diría un hortera) y sin pretensiones como Spotted Pig (314 West 11th St.). Un mar de cerdos envuelve el local y, excepto de los de verdad, los hay de todas clases y tamaños: cerámica, cristal, madera, hierro El cerdo es el dueño y señor del local y de la cocina, igual que los tatuajes son el signo de identidad de los currantes del merendero. El restaurante pertenece, entre otros, a Michael Stipe (líder de R.E.M.), Bono y Fatboy Slim. Y el edificio donde se alza es del rapero Jay-Z (su esposa, Beyoncé, tiene mesa reservada a perpetuidad). Se puede ir pronto (a mediodía, la fauna local ya puebla sus mesas), y su plato más famoso —podemos certificar de primera mano que es asombrosa— es la hamburguesa. Dicen que es el plato favorito de Bill Clinton. No reservan mesa y no es caro, así que si opta por un horario "normal", no podrá comer allí.
El restaurante Spotted Pig, de Bono, tiene mesa reservada para Beyoncé a perpetuidad
Para hacer la digestión, Spin (48 East 23rd St.), el club de ¡pimpón! de Susan Sarandon. Según su manager, Franck Raharinosy, "Madrid o Barcelona" serían buenos sitios para expandirse. Cuando se le sugiere que pimpón, España y alcohol podrían ser una mala combinación, ríe a mandíbula batiente. El mejor día para ver gente guapa, ir a beber gin-tonics y jugar al tenis de mesa es el viernes, y encima se puede oír de gratis a Stumble Bum Brass Band, un fabuloso grupo que hace estragos entre la audiencia. A la Sarandon la llaman la "abuela del pimpón" y es la excepción que confirma la regla: si no está trabajando o solidarizándose con alguna causa perdida, es fácil verla por allí.
Si el tenis de pequeño formato te abre de nuevo el estómago, puedes hincharte en Do Hwa (55 Carmine St.), el restaurante coreano que Quentin Tarantino se agenció después de ser cliente fiel durante incontables jornadas. Atiborrado de caras guapas y con el chupito 1st and 7th (té con bourbon y jengibre) como postre favorito, recomendamos el pancake de patata y las gambas picantes (o muy picantes, a gusto del consumidor). La hermana del socio de Tarantino habla español, aunque es coreana (vivió en nuestro país por un tiempo). Y visita a menudo el local, así que si uno tiene suerte, puede sentirse como en casa.
Para rematar la noche se puede ir a The Box (189 Chrystie St.), el club de moda en la ciudad, en cuya lista de accionistas constan Jude Law y Rachel Weisz. The Box es decadente, extremo, prohibitivo y, como dicen sus propios clientes, "edgy". Entrar vale cien pavos (y es lo más barato). Dentro hay strippers, drag queens, ejecutivos con billeteras del tamaño de un 747 y un montón de tipos/as dispuestos a perder la cabeza sin reparar en gastos. Al cabo de dos horas, uno puede sentirse enfermo o seducido, cuestión de gustos.
Y lo mejor para el final: nada como descansar en la última joya de Robert DeNiro en su barrio (porque la mitad es suyo), Tribeca. Un hotel que supera todos los adjetivos, donde dicen que se relaja Jennifer Aniston cuando está en la ciudad. Piscina en el sótano (abierta a todas horas y con todos los detalles que se puedan imaginar y unos cuantos inimaginables), un templo de bambú traído rama a rama de Japón (que hace las veces de spa) y unas habitaciones inmensas (para el estándar neoyorquino) que superan cualquier expectativa. Entre eso, la cesta de chucherías, el minibar gratuito, las maderas nobles y los conserjes que pueden conseguirte lo que quieras, si tienes la pasta para pagarlo, el Greenwich Hotel (377 Greenwich St.) se ha consolidado como un perfecto y fantabuloso refugio urbano de primera calidad. Eso sí, la habitación más barata cuesta 475 dólares (y la más cara, 5.500). Ahora nos explicamos por qué DeNiro ha puesto la jeta para tantas películas intragables: para pagarse vicios como el Greenwich. Bobby, quedas perdonado.
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