Copi o la contracultura hecha carne
Cuentan que una vez dijo: "Yo soy tan vanguardista que me agarré el sida primero que nadie". También recoge la leyenda que algunos de sus allegados se lo fumaron. Afirmación que exige ser aclarada: la madre de Copi guardó, al parecer, las cenizas de su hijo difunto en la misma cajita en la que se guardaba el hachís. Cuando algunos de los amigos del artista quisieron prolongar el duelo en su casa, le pidieron a la madre permiso para hacerse un porro. Y ella, sin dudarlo, se lo concedió. Locaza genial, travestí del desafuero, dibujante de cómics de línea tan económica y contundente como la que definía a esa mujer sentada que fue icono de largo recorrido en Le Nouvel Observateur, dramaturgo libérrimo, vértice inasumible del movimiento Pánico, narrador capaz de triturar la tradición argentina para convertirla en febril celebración del lenguaje y el ingenio, Copi —o, si lo prefieren, Raúl Natalio Damonte— fue la contracultura hecha carne, verbo y actitud. Anagrama acaba de lanzar al mercado, en su colección Otra Vuelta de Tuerca, un primer volumen que recopila buena parte de su obra narrativa: en él se incluyen trabajos como El uruguayo, La vida es un tango, La Internacional Argentina y la confesional Río de la Plata.
"Debemos a su trans-fusión de sangre adul-terada la fundación del gótico rioplatense"
"La última vez que vi a Copi fumaba un porro de medio metro y llevaba una rata/marioneta a guisa de visón", recuerda el escritor y crítico teatral Marcos Ordóñez, que asistió a una de sus actuaciones en el Saló Diana de Barcelona en 1977. Durante mucho tiempo, Copi, nieto del fundador del diario Crítica, fue un enigma indescifrable para su Buenos Aires natal, como precisa Patricio Pron, autor de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan: "Copi irrumpió en la literatura argentina a comienzos de la década de los noventa con la publicación de un libro de César Aira que llevaba su nombre. Antes de esa publicación era un secreto a voces y un misterio incómodo: el de un escritor que escribía en francés y publicaba en España y cuya literatura, sin embargo, era muy argentina. Al comenzar a ser leídos, sus libros, iconoclastas y provocadores, transformaron a sus lectores, que comenzaron a imaginar una literatura argentina desprendida del legado borgeano, y de esa forma abrieron puertas. Los libros de César Aira, Alan Pauls, Fogwill y otros autores serían inconcebibles sin la obra de Copi y su irrupción, que no tuvo nada de tímida y no fue un estornudo en la tormenta precisamente. Fue la misma tormenta, con truenos y relámpagos y los bomberos corriendo a apagar un incendio con un camión cargado de gasolina".
Copi transformó la literatura de su país desde la distancia, asumiendo el papel de marginal nota grotesca. Allá donde esté quizá pueda afirmar, al contemplar el paisaje de las nuevas letras argentinas, que (casi) todos son, en cierta medida, sus hijos. "Debemos a la transfusión de sangre adulterada, maldita, de Copi y sus monstruos, la nueva fundación del gótico rioplatense, con sus perversiones áulicas, sus dibujitos, los rastros de su risa genial en la oscuridad", señala Pola Oloixarac, autora de Las teorías salvajes.
Obras (tomo I), de Copi, está editado en Anagrama.
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