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Tentaciones
Reportaje:VIAJES

El Shanghai que la Expo 2010 no quiere que veas

¡Yi, er, san!". El estallido de los Mushroom hace temblar el edificio del Yuyintang. Los micros se acoplan con un chirrido que pone los pelos de punta y dejan los aullidos ininteligibles del cantante en un lejano segundo plano. Da igual. Más de 200 gargantas rugen con el grupo heavy en esta minúscula sala de música en vivo. Fundado en 2004, este antro underground supuso un soplo de brisa fresca en la tediosa esfera musical de Shanghai, dominada por los éxitos comerciales del mercado anglosajón y los cantos aniñados que imperan en Asia, y abrió a golpe de machete sonoro el camino para otros locales más limpios y sofisticados que no han conseguido arrebatar el trono al sucio y destartalado Yuyintang.

El ambiente esterilizado que buscan los organi- zadores es el de familias sonrientes

Pero lo que aún no ha podido derribar el libre mercado ahora se tambalea por los efectos colaterales de un evento que, en teoría, debería suponer la apertura al mundo de la capital económica de China: la Exposición Universal, que abrirá sus puertas el 1 de mayo, a la vez que se van cerrando muchas otras a portazos.

Aparentemente, los organizadores del macroacontecimiento no disfrutan con la bofetada de libertad que supone el garito de la calle Yan'an. No importa que el ambiente sea de lo más sano: las drogas más duras que se consumen en su interior son los litros de Red Bull que ingieren los músicos de Mushroom y las cervezas Tsingtao a un euro que vuelan sobre la barra. El problema es que no se puede controlar lo que gritan en el escenario, y eso es un problema para los omnipotentes censores chinos, aunque al melenas de la banda no se le entienda un solo ideograma.

"No nos han confirmado todavía el cierre, pero no podemos programar nada a partir de mayo", comenta la directora, Darn Zhang. Y eso que la Expo no son los Juegos Olímpicos, la anterior cita, de dos semanas, que ya les creó problemas con las almidonadas autoridades. Son seis largos meses en los que se esperan más de ochenta millones de visitantes. Un negocio que no llegará a Yuyintang.

El Partido Comunista le ha cogido el gusto a eso de bajar persianas y se ha dado una vuelta por la calle de Tongren, el máximo exponente de la canallesca y el lenocinio en Shanghai. Sin duda, un ambiente opuesto al de Yuyintang, pero igualmente molesto. Tongren era una tira de asfalto flanqueada en uno de sus costados por una ristra de bares que podrían haber sido transportados desde el Saigón de la Guerra de Vietnam. "Masachi!" (¡masaje! en chinglish) era el grito de guerra, y "Hombre blanco expatriado busca chinita a buen precio mientras ve el partido de la Premier League" podría haber sido su lema. Pero en la ciudad del neón no hay espacio para baratijas. Las prostitutas también tienen que ser de lujo, así que las excavadoras ya están dando cuenta de establecimientos como el Manhattan, que habían alcanzado el grado de mito.

Claro que también los chinos van a tener más complicado pagar por sexo en el ambiente esterilizado que buscan los organizadores de la Expo, ese de las parejas sonrientes y los niños correteando que aparece en todas las infografías de los pabellones. Porque muchas de las peluquerías sui géneris han tenido que echar el cierre. Claro que el atuendo de las peluqueras, con sus canesús rosas transparentes, resultaba demasiado sospechoso. Los tangas colgados a la entrada y los fluorescentes rojos de los cuchitriles despejaban cualquier duda. Dentro, los clientes no se cortaban un pelo, pero les salía barato el servicio. Ahora, en las peluquerías sólo podrán elegir su nuevo look. Y todo apunta a que el flequillo a lo loco de la mascota de la Expo, Haibao, va a estar muy de moda.

Tampoco tendrán mucha suerte quienes acudan a Shanghai para adquirir algo más que recuerdos de los pabellones. Quien quiera un bolso Louis Vuitton o un reloj Rolex tendrá que pagarlo con sus impuestos y todo, y no le faltarán oportunidades para hacerlo, porque los chiringuitos de productos falsificados están también de capa caída. "Ahora sólo vendemos películas originales chinas", explica azorado el tradicional proveedor de los últimos taquillazos de Hollywood, que se han desvanecido para dejar paso a Confucio, un nuevo biopic chino sobre el filósofo.

Eso sí, en China, lo que las autoridades no quieren que el público vea siempre está disponible al otro lado de una trampilla situada en el techo. Yuyintang ya está buscando actividades paralelas en localizaciones alternativas para que grupos como Mushroom puedan seguir berreando. El Manhattan ha cambiado de ubicación, pero en su ambiente sigue flotando la testosterona. Y los neones rosas de las peluquerías se han guarecido en salones de masaje de lujo, en los que las terapeutas concentran sus cuidados en una sola zona. Y el turista nunca estará muy lejos de los cantos de sirena: "¿Lolex, Lolex?". Eso sí, para disfrutar de ese Shanghai es mejor dejar la guía en el hotel.

<b>Una imagen de Yuyintang, un antro <i>underground, </i>con la banda Mushroom en concierto. La droga más dura en el local es el Red Bull y la cerveza Tsing-tao, pero el problema para la censura es que no consigue controlar lo que cantan las bandas.</b>
Una imagen de Yuyintang, un antro underground, con la banda Mushroom en concierto. La droga más dura en el local es el Red Bull y la cerveza Tsing-tao, pero el problema para la censura es que no consigue controlar lo que cantan las bandas.ZIGOR ALDAMA

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