Una silla dura como el suelo
Un original y simple mueble sirve de punta de lanza de la penúltima renovación de la casa Vitra
Fue en una cena con el resto de los profesores de Harvard cuando el chileno Alejandro Aravena (1967) se dio cuenta de que, entre tanto experto en rascacielos, de lo único de lo que él podía hablar con fundamento era de la escasez. A partir de esa idea, su estudio de arquitectura en Santiago, Elemental, intenta darle la vuelta a la falta de recursos. Él mismo presume de no pertenecer al Club Chile (el de las relaciones familiares que facilitan el acceso a los encargos) y, sin embargo, es hoy la mayor apuesta arquitectónica de su país. ¿Cómo resuelve un tipo así de drástico el encargo de una silla?
La respuesta puede parecer una contradicción: con una no-silla. Pero la banda Chairless (sin silla) no es un juego de ingenio. Es una idea. Últimamente, el dueño de Vitra, Rolf Fehlbaun, y este chileno inquieto han debido de verse bastante. Aravena es el miembro más joven del jurado de los Pritzker del que Fehlbaum también forma parte. Conociendo el olfato del intrépido empresario alemán, seguro que habrá quedado fascinado por la frescura y la inteligencia del chileno. Encargada la silla, ¿qué hacer?
Aravena recurrió a los indios ayoreo, de una región de Paraguay, una tribu nómada y pobre que no puede permitirse nada más que sentarse en el suelo. Pero incluso en esa situación, hay grados de comodidad. Atándose con una cuerda, los ayoreo consiguen un respaldo estable. Diseñar con pocos medios, ideas relevantes y en formas irreductibles (imposibles de simplificar) es el objetivo del arquitecto chileno. Esos mismos atributos definen la cotidianidad de los indios paraguayos.
Con todo lo que han cambiado las sillas, con todo lo que hoy representan -más allá de un lugar para sentarse- con su silla-sin-silla (Chairless) Aravena no ha querido hacer un mueble-manifiesto. Ha recurrido a los gestos atávicos -sentarse en el suelo, ponerse la mano en la frente como visera- que anteceden a los objetos, sean estos sillas o gorras. Cuando nos sentamos en el suelo, rodeamos las piernas con nuestros brazos para hallar mayor equilibrio. Chairless es una banda textil de 85 centímetros de largo y 85 gramos que permite ese equilibrio al tiempo que libera las manos. Descarga la espalda y la musculatura de los muslos para ofrecer la versión industrial de una idea esencial, económica y nómada de los ayoreo.
Frente a una idea que ofrece coherencia mental al precio de cierta incomodidad física, la empresa Vitra ha impulsado uno de sus best sellers (la Plastic Chair de Charles y Ray Eames), pero acolchada. Este otro producto ofrece comodidad física, al precio de cierta incomodidad mental. ¿Qué sentido tiene acolchar una butaca de plástico? ¿Es lógico convertir un asiento informal en sillón?
No es la primera vez que Vitra trata de actualizar su propia historia. Si desde 1993 a 1999 suspendió la producción de estas sillas por razones ecológicas (se producían en poliéster reforzado con fibra de vidrio y hoy se fabrican en polipropileno reciclable), con la espuma de poliuretano proyectada sobre la carcasa de plástico, tapizada y rematada con un borde vinílico que refuerza esa unión, pretende transmitir la idea de que lo desenfadado puede resultar cómodo. El mensaje es que lo cómodo no tiene por qué tener un aire burgués. Pero se puede leer entre líneas que lo supuestamente informal debe pagar el precio de la comodidad para llegar hasta el ambiente más formal. El resultado, la frescura de una silla de plástico con la comodidad de un orejero, ¿es una evolución o una contradicción?
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