"Que rehabiliten. De tirar, nada"
El Cabanyal vuelve a la rutina tras los derribos y altercados de estos días.-Los últimos acontecimientos han reavivado la división entre los vecinos
Es domingo y el barrio está tranquilo. Nada de policía antidisturbios -salvo una patrulla de locales que asiste un accidente de coche- ni de barricadas de contenedores ni excavadoras. El Cabanyal sigue su rutina como si la batalla campal de hace sólo unos días hubiera sido un mal sueño. Pero sucedió y en lugar de seis casas, ahora hay otros tantos solares.
El consistorio se ha dado prisa en retirar los escombros y ha tapiado los solares para impedir que nadie pueda meterse dentro. Pero sobre el cemento recién seco de las tapias, los resistentes a los derribos han podido estampar: "¡Cabanyal resiste!" o "Fuera especuladores".
"Todo humo. Política", opina un vecino de la calle de Francesc d'Eximenis. "Que limpien y rehabiliten los edificios. De tirar, nada", propone mientras prepara el coche dispuesto a salir. Detrás de las prisas del consistorio sólo ve un interés especulativo. "Quieren hacer edificios de ocho plantas aquí", señala su casa de dos alturas. "Imagínese lo que van a sacar". Este vecino, que prefiere no dar su nombre, es la cuarta generación de una familia cabanyalera y no está dispuesto a que lo echen de su barrio.
"Vivimos en una cloaca. Queremos que arreglen El Cabanyal"
"La gente está asustada tras los derribos. Tienen miedo de hablar"
Camino de la calle Vidal de Canelles, donde se derribó uno de los inmuebles, aparece un hombre de mediana edad que recoge con su cámara de fotos instantáneas de los puntos donde hace cuatro o cinco días se produjeron escenas que parecían sacadas de los suburbios de París. "He venido al festival de cometas y me he acercado por aquí a ver. Soy de Castellón". No es el único que siente curiosidad. Una representación de asociaciones de vecinos de toda España, se ha acercado hasta el barrio para conocerloLos que pudieron ver las imágenes del martes y, sobre todo, del jueves pasado, están impresionados todavía. "Lo que vimos es un pasaje del pasado", comenta Juan Antonio Caballero, presidente de Cave Cova, confederación de asociaciones de vecinos de la Comunidad Valenciana. Un grupo de Salvem El Cabanyal los recibe en la avenida de Eugenia Viñes, esquina con la calle Pescadores, para enseñarles un poco el barrio, sobre todo las seis manzanas que desaparecerán si se prolonga la avenida de Blasco Ibáñez.
La primera parada es ante la Casa dels Bous, característica por su reloj de sol. Este edificio está condenado por el plan urbanístico de El Cabanyal. Se llama así porque eran los establos de los bueyes que tiraban de las barcas para sacarlas del agua. En Doctor Lluch, esquina con Pescadores, María, guía improvisada de Salvem, indica los 150 metros de casas condenadas a la desaparición -50 metros para vial otros 50 metros a cada lado para nuevos bloques de viviendas- por el plan municipal. Conforme se adentran por Pescadores, aparecen las calles más conflictivas: San Pedro, Progreso..., con casas ocupadas por colectivos marginales y con trapicheo de droga.
"El Cabanyal fue pueblo hasta finales del siglo XIX y luego hemos sido un barrio con gran cohesión social y ellos [el consistorio] lo han roto. Los de una parte quieren ahora que tiren las casas de los de la otra parte", resume María.
"¿Dónde está el diálogo?", se pregunta el presidente de Cave Cova. "Cuando dos instituciones no están de acuerdo, deben negociar y si no se arreglan, entonces tienen los tribunales. Los problemas nunca se solucionan a base de palos o derribos", apostilla Caballero, que lamenta que consistorio y Generalitat acaben convertidas en plataformas políticas, en apéndices del PP. "Esto tiene que parar", apostilla.
La representación vecinal coge su autobús a espaldas de la estación de Renfe de El Cabanyal. Y la vida en el barrio continúa. Dos hombres mayores pasean tranquilos por la calle de San Pedro, ajenos a las casas ocupadas, a los desangelados solares y al trajín de esa parte del barrio, la más deteriorada. Se paran, miran y siguen paseando. Viven "a unos mil metros de donde están", en Blasco Ibáñez, y están a favor de la prolongación. Consideran que mucha de la gente que protagonizó los incidentes de esta semana son "gentuza". "Es una inmundicia lo que hay aquí", dice uno de ellos. "Estos derribos", añade, "no son para volver a edificar y hacer negocio. Son simplemente para que los autobuses de la EMT lleguen hasta la playa".
Otra vecina, miembro de Sí Volem -asociación recién creada que defiende la ampliación de la avenida- es igual de contundente. Cuentan que este fin de semana han tirado huevos contra la sede. "Vivimos en una cloaca. No queremos riñas con nadie, sólo que arreglen El Cabanyal". La mujer insiste en el estado de degradación en que se encuentra el barrio: "Los niños no pueden salir a jugar a la calle de toda la gentuza que hay. A las cinco de la tarde pasa por aquí de todo", explica.
Vuelve a haber discusiones en el barrio entre defensores y detractores de la ampliación. Los derribos, la carga policial y la polémica política las han reavivado. Amparo -nombre figurado- tiene 77 años y vive desde hace 46 en una de las calles condenadas por el consistorio, Vidal de Canelles.
"Estamos asustados", dice. La gente tiene miedo de hablar y hasta las vecinas de toda la vida han acabado por decirle: "Vete a vivir con tu hija". Pero ella no quiere irse, allí está su casa. Tiene el mercado de El Cabanyal a unos metros, el Hospital Clínico, donde le atienden de varias operaciones de cáncer, cerca y su iglesia, también. Sin embargo, reconoce que no hay muchas salidas. Algunas plantas bajas de la calle llevan trece años cerradas y sin poder venderse porque cuando se enteran de que es zona de derribos, los interesados huyen. José, gitano, de 36 años, vive ocupando una de las casas abandonadas. No quiere que las tiren pero, muy pragmático, como no es propietario, asegura: "Tampoco voy a meterme por medio".
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