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Reportaje:EXTREMISMO EN SURÁFRICA

"¡Mata al bóer!"

Negros y blancos mantienen un trato correcto en Suráfrica. Pero el asesinato de Torreblanche, el símbolo del racismo, impulsa a Malema, un joven demagogo antiblanco

Por una perversa ironía que no hubiera apreciado Eugene Terreblanche, símbolo en su día de la derecha racista surafricana, su asesinato (el domingo pasado) ha regalado una inesperada proyección mundial a Julius Malema, un líder radical negro, ostentoso y rico, que representa todo lo que Terreblanche detestaba. Otra ironía es que, como a veces ocurre con personajes que ocupan los extremos de ideologías opuestas, tenían bastantes cosas en común, principalmente el hecho de ser figuras caricaturescas, pero -a primera vista- peligrosas.

Malema no tuvo nada que ver con la muerte de Terreblanche, un granjero retirado de la política hace 15 años, ya que sus asesinos fueron dos empleados negros enfurecidos porque nos les había pagado sus sueldos en varios meses. La vinculación con Malema, presidente de las juventudes del Congreso Nacional Africano (el partido de gobierno), la hicieron un par de viejos correligionarios de Terreblanche. Malema es famoso en Suráfrica, como lo había sido Terreblanche, por sus irresponsables e inflamatorias declaraciones públicas. Últimamente le había dado por reavivar una canción popular en tiempos del apartheid conocida como Kill the boer (Mata al granjero). Bóer es una palabra con una alta carga política, utilizada a lo largo de varias décadas por los militantes negros para descalificar a todos los blancos surafricanos de origen afrikáner, la tribu dominante durante la mayor parte del siglo XX, época en la cual la mayoría negra vivía prácticamente en la esclavitud, o peor si residían en puebluchos rurales como Ventersdorp, donde vivió y murió Terreblanche.

Malema denuncia la corrupción del Gobierno, pero él mismo cuenta con una fortuna de dudoso origen

La lógica -o, mejor dicho, la tesis nada comprobada- de los pocos antiguos racistas que lloraron la muerte de Terreblanche (para la gran mayoría de los blancos surafricanos no fue motivo de mucho pesar) era que la canción favorita de Malema, y sus actitudes políticas en general, habían influenciado de manera decisiva las mentes de los dos asesinos. Esto, a su vez, creó una especie de histeria entre ciertos sectores de la prensa internacional, que anunciaron que el sueño de Nelson Mandela de reconciliación racial estaba hecho añicos, que Suráfrica se encontraba al borde de un terrible conflicto racial. La realidad es que, como mucho, habrá represalias en el propio Ventersdorp y nada más; incluso -si hay mala suerte, y si un viejo amigo de Terreblanche se toma unas copas de más- alguna muerte. Pero decir que la "tensión racial" se va a extender por todo el país, que va a tocar a los grandes centros metropolitanos como Johanesburgo o Ciudad del Cabo, es como sugerir que si hay un incidente racial en Roquetas, Almería, Madrid y Barcelona, van a acabar en llamas.

Malema, sin embargo, no deja de ser un personaje digno de atención, como lo fue Terreblanche a principios de los años noventa, cuando trató de incitar a sus seguidores a una guerra santa contra el proyecto democrático de Mandela. El barbudo blanco, con aires de patriarca del Antiguo Testamento, acabó en el ridículo -y después, en la cárcel-. Con Malema, ambas posibilidades son altamente factibles, pero no se sabe todavía: depende del curso que tome Suráfrica. Depende de si se sigue consolidando una de las democracias más completas que han surgido en el mundo desde el final de la guerra fría o si las circunstancias cambian de manera tan drástica que, de aquí a 2020 o 2030, Suráfrica da un giro abrupto y se convierte en algo parecido a lo que es Zimbabue, a cuyo líder, Robert Mugabe, Malema se parece bastante.

Malema es un demagogo que no deja pasar pretexto alguno para atacar a sus compatriotas blancos o hindúes, para criticar a los funcionarios del Gobierno (de cualquier color) que se enriquecen ilícitamente, para proponer la nacionalización de las minas e incluso para declarar que estaría dispuesto a matar por el presidente de la nación, Jacob Zuma.

Nada de lo que dice es coherente ni plausible, pero tiene un impacto mediático desproporcionadamente fuerte (Malema, en Suráfrica, siempre es noticia; lo sorprendente, y grato para su ambición, es que de repente lo es a escala mundial). También encuentra cierto eco entre una pequeña minoría militante cuya energía política excede, con mucho, los números con los que cuenta.

La verdad, como constatarán los aficionados que viajen este año al Mundial, es que el trato cotidiano entre los negros y los blancos es respetuoso y cordial en la abrumadora mayoría de los casos. Otra verdad es que la nacionalización de las minas no sólo es una noción imposible, sino que no es la política del Gobierno ni del Congreso Nacional Africano como partido. En cuanto a Zuma, ve a Malema y tiene que reflexionar que hay amores que matan. Zuma no es ninguna lumbrera, pero es un líder de consenso, bastante popular entre los afrikáneres, que tuvo la inteligencia política de dar el pésame a la hija de Terreblanche a las pocas horas de la muerte de su padre.

El descaro, y quizá el descuido, de Malema se ve en sus diatribas contra la corrupción gubernamental. En un discurso a finales de 2008 denunció a los negros ricos que bebían licor caro importado y cambiaban de coches de lujo alemanes "como si fueran camisas". Varias investigaciones en los últimos meses en el Sunday Times y el Star de Johanesburgo, grandes periódicos en manos de directores negros, han revelado que Malema celebra fiestas en su casa de lujo en las que sirve botellas del mejor whisky escocés y de champán Moët & Chandon; que se le ha visto conducir un Mercedes Benz y un Audi de alta gama, un Range Rover y un Aston Martin, y que su riqueza personal -calculada en millones de euros- supuestamente se basa en contratos que han recibido sus propias empresas de municipios controlados por su partido en el norte del país, donde nació.

El presidente Zuma, que peca de un exceso de interés por el consenso, no se ha incorporado al clamor que hay contra Malema en los medios, aunque se sabe que existe una importante corriente dentro de su partido deseosa de ver la caída del incendiario e hipócrita líder juvenil. Si resulta que se consolida y sus enemigos son los que caen, Suráfrica puede sufrir, a la larga, los problemas que algunos medios han pronosticado esta semana tras la muerte de Terreblanche. Hoy por hoy, Malema no es más que un bufón listo, hábil a la hora de generar ruido y dinero, ambicioso de poder, pero con poca capacidad de generar conflictos serios.

Julius Malema, presidente de las juventudes del gobernante Congreso Nacional Africano, en una imagen reciente.
Julius Malema, presidente de las juventudes del gobernante Congreso Nacional Africano, en una imagen reciente.AP

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