Conspiraciones

No creo en las conspiraciones. Otra cosa es que sean apasionantes. Las prefiero cuando llenan novelas más que cuando llenan periódicos. La última película de Roman Polanski, pobremente traducida como El escritor, cuando en realidad se refiere al escritor fantasma, el negro, trata de las conspiraciones, mucho más que de escribir, porque el protagonista no llega a redactar ni una línea. Pero para algunos aficionados a las conspiraciones, la película es sólo una pieza minúscula de una conspiración enorme. Se basa en la novela de Robert Harris que fantasea con la posibilidad de que alguien parecido a Tony Blair fuera en realidad un juguete utilizado por la CIA y los lobbies de fabricantes de armas, convirtiendo a los dirigentes alineados con Bush en la invasión de Irak en meros codiciosos trepas. Hasta ahí es un argumento estupendo para un thriller político.
Pero todo en torno a Polanski suena a conspiración. A raíz del documental sobre él, Polanski: wanted and desired, que culpaba a la fiscalía americana de manipular la acusación contra el director por mantener relaciones sexuales con una menor, se reavivó el asunto y el aparato judicial quiso vengarse del prófugo poniendo en marcha la orden de detención internacional pese a las décadas de distancia. Para entonces Suiza vivía un conflicto diplomático con los Estados Unidos a costa de las crisis bancarias y entregar a Polanski, por más que llevara años pasando largas temporadas en el país, parecía una moneda de cambio asequible. Sólo faltaba que el eco mediático optara por la indignación moral y repintara de vicio la cara de Polanski. Y funcionó. Polanski era un violador y su crimen debía perseguirse hasta el infinito y más allá, pese a que jamás hubiera estado acusado de violación. El director polaco tuvo que acabar de montar The ghost writer en arresto domiciliario. Y en ella se transparenta su gusto por la paranoia, con un final gemelo a la tremenda conclusión de su obra maestra, Chinatown: no hay nada que hacer, el mal absoluto siempre triunfa. La nueva película termina convenciendo de que jamás llegaremos a los dueños de las manos que mueven a tantos títeres de la política internacional. Dan ganas de decir: "Déjalo Jake, esto es Chinatown".
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