_
_
_
_
Reportaje:Hoy comienza el Masters de Augusta

Sólo hay ojos para el Tigre

El baño de masas de Tiger Woods en el calentamiento lo eclipsa todo - Lejos de tanto ruido, Cabrera, Els, Stricker y Jiménez simbolizan la madurez del golf a los 40

Juan Morenilla

La lista de lo prohibido en Augusta es larga y variada. Un gran panel electrónico avisa en la puerta principal del campo. Ojo, nada de cámaras, buscas, radios ni ningún aparato electrónico, prohibidas las sillas, los periscopios y las escaleras de mano, olvídese de llevar banderas y ningún otro símbolo, ni se le ocurra entrar bebidas alcohólicas y fumar, y mucho menos correr o gritar. Vamos, que usted puede ver a Tiger Woods si bracea entre la multitud, pero prohibidísimo sacarle una foto, pegarle un grito o dar unos rápidos pasitos para coger posiciones. La etiqueta en el Masters, ante todo. Es también el teatrillo de Woods, su enorme baño de masas cada vez que asoma la gorra. Si hasta, al menos coherente con la nueva imagen que quiere dar, se apuntó al familiar torneo de pares tres que se celebra la víspera del Masters, otro acto de campaña publicitaria. Una fachada que no convenció al presidente del Augusta National Club, Billy Payne, durísimo con Woods: "Tiger era un ejemplo de trabajo y esfuerzo para nuestros hijos, pero se olvidó de eso. La fortuna y la fama llevan una responsabilidad, no invisibilidad. Nos decepcionó a todos, el héroe no fue el modelo que creímos".

"Espero ver al mejor Woods, al que hemos visto siempre", razona Phil Mickelson
"Él siempre ha sido exuberante. No podía mostrarme emotivo", dice Nicklaus
Más información
Manassero, el niño récord que admira a Seve

Así que, después de los mítines, los discursos, las fotos y los autógrafos llegan hoy (20.30, Canal Plus Golf) la hora de plantarse en el tee del uno, con su compatriota Matt Kuchar y el surcoreano Choi como figurantes, y pegarle duro y recto a la bola. Y se verá entonces si a Tiger todavía le funcionan los trucos mentales que su padre, Earl, usó con él cuando de niño le instruía como un cadete militar. Cuando el joven Woods dejaba la mente en blanco para conectar el putt, en ese instante a la vez de paz y tensión, el viejo Earl hacía sonar las monedas que llevaba en el bolsillo, o se movía bruscamente delante de él, o pegaba un grito, o tosía... lo que sea para distraer al pupilo. Así construyó Tiger una fuerza de concentración a prueba de todo, impenetrable a cualquier elemento exterior. Ahora necesitará su mejor versión si verdaderamente desea ganar el Masters más que ganarse a la gente. "Espero ver ahí fuera al mejor Woods, al mismo jugador que hemos visto siempre", razona Phil Mickelson.

La pinta de Woods es menos temible este año, menos imponente físicamente. Su figura es más redonda por el parón de cuatro meses y puede que por el tratamiento de su cacareada terapia. "Pero ha demostrado que puede ganar en las peores condiciones, como en el Open EE UU de 2008", recuerda Mickelson el torneo que Woods ganó cojo en un playoff de 18 hoyos. El Tigre ha prometido ser más comedido y respetuoso en sus demostraciones de poderío al embocar un golpe. "Él siempre ha sido exuberante y ha mostrado sus emociones. Yo no podía mostrarme emotivo y luego pasar al otro hoyo", dice el abuelo Jack Nicklaus, sus 18 grandes siempre en la retina del Tigre.

Augusta sólo tiene ojos para El Tigre, sólo hay cámaras para el gran protagonista. Woods lo eclipsa todo. Por supuesto eclipsa al campeón, Ángel Cabrera, uno que ni vende ni se vende, que deja la sala de prensa medio vacía, alguien de quien el propio Masters dice que tiene una aureola blue, triste, melancólica. Angelito, su hijo, le hace de caddie. "No llego fino, pero aquí un golpe lo cambia todo", cuenta Cabrera, anfitrión el martes por la noche en la cena de los campeones -no faltó Tiger-. El menú fue una bomba calórica para los 28 comensales vestidos de verde: morcillas y chorizos argentinos, empanada de pollo (Woods repitió), asado argentino y dulce de leche -Gary Player se rindió y pidió un menú vegetariano, Nicklaus se llevó otro postre para su mujer.

Cabrera es uno de esos jugadores que hacen respetar las canas. Tiene 40 años. Y no es el único veterano con algo que decir en Augusta. Aunque no lo parezca, el número dos del mundo es ahora mismito Steve Stricker, en la flor de la vida a los 43: en los últimos 11 meses ha ganado el mismo número de torneos (cuatro) que en sus 13 temporadas anteriores como profesional. Otro de su quinta es el surafricano Ernie Els, otros 40 tacos a la espalda, y otra historia de resurrección. Después de varios cursos con la cabeza en otra parte por el autismo de su hijo, este ganador de tres grandes que a finales de siglo le discutió a Woods el número uno ha regresado por sus fueros: en 2010 suma dos oros, el CA Championship y el torneo Arnold Palmer.

Más abuelitos: Jiménez peina bigote a los 46 años. "Me sobran 20. Si tuviera 25, iba a poner en fila india a todos los jovencitos. Pero bueno, estoy encantado de la vida, vengo de vuelta, me quedan cuatro o cinco años de golf, sin tanta presión. En este golf moderno la gente se cuida más, ¡somos competitivos!", avisa el pisha, "benditos 40".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_