"Los hijos te humanizan: se te diluye el ego"
Fue una bomba de relojería. Un terremoto que llegó por teléfono desde España hasta Australia. La llamada que lo cambió todo. "En el mejor momento de mi carrera, mi mujer se quedó embarazada", cuenta, mientras pide un vino tinto, Albert Costa, seleccionador de tenis y director deportivo del Barcelona Open BancSabadell-Trofeo Conde de Godó (del 16 al 25 de abril). "No me lo esperaba para nada: era joven, estaba en medio de mi carrera, y empecé a tener sueños que... ¡joé! '¿Entrará el carrito doble en el ascensor?'. Mis niñas son gemelas. Fue un shock importante y lo mejor que me ha pasado en la vida. Dicen que los niños vienen con un pan debajo del brazo: a los pocos días gané el bronce en dobles con Alex Corretja en los Juegos de Sidney".
El seleccionador de tenis descubre sus pasiones: el canto y las catas
Las palabras de Costa, ex campeón de Roland Garros y de la Copa Davis, sobrevuelan el queso, que no pica, y explican lo que vive estos días, por ejemplo, Roger Federer, campeón viajero siempre seguido por sus gemelas. "Los niños te dan tranquilidad. Ves la vida con una perspectiva diferente. Antes eras todo tú, tú, tú y tú. Con los hijos, ese ego tan fuerte se empieza a diluir. Te hacen ser un pelín más humano. Te humanizan... Pero en ese momento fue una bomba de relojería".
Costa (Lleida, 1975) bebe el vino que le ha elegido el maître. Él, sin embargo, no ha seleccionado el restaurante por casualidad. Hasta sus mesas ha venido ya con Rafael Nadal o Feliciano López -"me traen aquí siempre. Vemos partidos de fútbol, aunque es un sitio un poco madridista...", bromea-. Y mientras ataca el aperitivo, convertido en un ex jugador capaz de transmitir sus vivencias, calientes aún los recuerdos de la presión y del estrés competitivo, presentes las exigencias de haberse convertido en seleccionador y directivo, reflexiona.
"Desde los 18 años he tenido crisis, ataques de ansiedad, no sé cómo se llama", cuenta. "Notas una sensación de agobio. Me ha pasado cinco o seis veces. Es un estado de estrés. Ya lo detecto: noto que me falta un poco la respiración. Alguna noche, en el momento que me pongo un poco ansioso, me tomo una pastilla y ya está. Hay gente que sufre de mareos, de lipotimias. Yo no. Lo mío son nervios. Le doy cero importancia. La última vez fue muy light: me tomé una pastillita y por la tarde me fui a buscar a las niñas al colegio".
Cuando Costa no está con sus niñas, viajando o en una pista, es fácil encontrarle en el karaoke de La Boheme de San Cugat, si no está en el salón de su casa ante el SingStar. "Es una de mis pasiones frustradas. Todo lo que lleve micrófono me gusta, menos hablar en público, que no tanto. Para cantar necesito hacerlo en mi idioma: Maná, Juanes, El Canto del Loco, Alejandro Sanz... Alguna vez le he cantado a mi mujer", recuerda antes de explicar cómo se gestó su otra pasión, el vino. "Cuando la conocí, tomaba rosado, cuanto más frío mejor, para no notar el sabor, porque no me gustaba nada. Así arranqué: poco a poco, de cena en cena, abriendo botellas, porque a ella le gustaba el vinito tinto, me creé una afición. He hecho catas, pero no cursos... y la botella más cara que me he tomado ha sido un L'Ermita del Priorat, de 600 o 700 euros. Muy bueno, pero claro: una o dos veces en la vida, no más".
Llegan los postres, crepes de dulce de leche. Otra bomba. Pincha y oye cómo le dicen: "Eso, a quemarlo luego en la pista".
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