Paz gallega para extranjeros
El británico Rupert Wakefield regenta dos casas de turismo rural en Outes
Cuando Rupert Wakefield (Londres, 1969) buscaba financiación para su proyecto de turismo rural en O Cruceiro de Roo (Outes), más de uno trató de disuadirle con el mismo argumento: "Hombre, hazlo en Sanxenxo". Pero él, especialista en negocios y márketing, sabía bien que la materia prima de su producto escasea ya en la capital turística de las Rías Baixas. Rupert vende paz gallega en sus dos casas rurales de Outes, un remanso donde relajarse y disfrutar del silencio. Es una oferta que cotiza al alza entre sus compatriotas británicos.
Antes de mudarse a la ría de Muros y Noia, Rupert era de ciudad. Nació en un suburbio del noroeste de Londres en una familia de cinco hermanos. "Crecí detrás de un balón", dice para resumir esos años en los que, además, su corazón fichó de por vida por el Tottenham.
La mayoría de sus clientes son ingleses con alto poder adquisitivo
"Galicia se parece a Irlanda en lo verde y a Rumanía, en el feísmo"
Cuando le llegó el momento de ir a la universidad, eligió formarse en negocios y márketing en Edimburgo. Escocia no le acogió bien, resultaba demasiado inglés: "Incluso mi nombre, Rupert, me delataba, y en los primeros partidos de fútbol que jugué en el equipo de la universidad recibí unas buenas pitadas". Pero la tierra inhóspita se reveló luego hospitalaria, y a él le costó desprenderse de los amigos y el estilo de vida escocés.
En 1994 regresó a Londres para incorporarse al mercado laboral. Su primer contrato le llevó a desempeñarse en tareas sociales en un centro de inmigrantes y, cien currículos después, le llegó la esperada oferta en lo suyo. Consiguió una plaza en una agencia de publicidad estadounidense en Londres. En sólo cinco años se colocó como director de cuentas para Europa. Su especialidad eran las campañas para el sector cervecero.
Vivió el estrés de un negocio que le llevaba de Londres a Amsterdam, a Milán, a Barcelona, o a Nueva York, pernoctando en hoteles de lujo que no tenía tiempo de disfrutar. Se desengañó de la máxima de vivir para trabajar: su empresa fue absorbida por otra y la nueva firma decidió prescindir de los servicios de su equipo. Decidió marcharse con sus compañeros. La entrega y la dedicación no fueron tenidas en cuenta, ni siquiera en la cuantía del finiquito.
Después de eso, se pasó tres meses al sol en Tailandia. Visitó Laos, Malasia, Hong Kong, Singapur y llegó hasta las antípodas australianas, donde se quedó otros tres meses. Volvió a Londres sin dinero pero con nuevas ideas. Esta vez quiso arriesgarse en el mercado publicitario por su cuenta. Primero trabajó como freelance, y luego montó, junto a un socio, la agencia Nest, que consiguió con mucho esfuerzo hacerse un hueco en el sector. Entre sus ganancias figura también el haber encontrado a su mujer, la compostelana María Moreno, que se unió al equipo de la empresa mientras estudiaba Publicidad en Londres. Pero la marcha de su socio acabó por echar el cierre a la firma. Él se incorporó a la agencia Minerva y ella terminó los estudios, a la vez que se formaba en interiorismo por afición.
Fue esa pasión por la restauración y la decoración la que les llevó a pensar en comprar una casa para restaurar. Su idea inicial era Ibiza, pero la familia gallega de María vio el momento para acercar a los suyos. La madre encontró una buena construcción en O Cruceiro de Roo, y en sólo un par de meses cambiaron la urbe londinense por el rural de Outes. Se casaron en un pazo en la desembocadura del río Tambre, en una fiesta con gaitas gallegas y amigos escoceses con kilt.
La restauración duró tres años: "Yo venía acostumbrado a que se fijasen plazos de ejecución para todos los trabajos, y no entendía que aquí dejarlo para mañana no quería decir que se fuese a hacer al día siguiente, sino que se haría en un momento impreciso del futuro". El tiempo empleado ha dado buenos frutos. Alquilan las casas a través de Internet y la oferta se dirige sobre todo a ingleses. Es una clientela con alto poder adquisitivo que huye del bullicio de los destinos turísticos masificados. La paz y el silencio al borde de una ría que aún preserva su personalidad intacta son un buen reclamo.
"Galicia se parece a Irlanda, por lo verde, y a Rumanía por el feísmo", dice Rupert, que a pesar de los defectos se confiesa enamorado del lugar. Quiere transmitir este amor por la tierra a sus compatriotas, y por eso en este momento trabaja en una guía de viaje práctica pensada para ingleses que será su contribución al Año Santo. "Galicia aún no fue descubierta por el turismo masivo y la gente es muy agradable, y eso se debe poner en valor".
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