'Madre Coraje': la guerra de las mujeres
Tengo sentimientos contradictorios acerca de Madre Coraje. Del texto de Brecht (en muy buena traducción de Buero, por cierto) y de la puesta de Gerardo Vera en el Valle-Inclán. O sea, que tengo una actitud muy brechtiana: digamos que comprendo a distancia. Creo, de entrada, que el espectáculo de Vera está entre sus mejores trabajos. Y que es un gran avance tras el desbarajuste de Platonov. La dirección es muy limpia y sus líneas muy claras: se entiende todo. La atmósfera de guerra, de caos, de tiniebla, es impresionante. Hay ideas formidables, perfiles e imágenes que te atraviesan. El añadido inicial, por ejemplo, ese cabaret interrumpido por los bombardeos, donde reina Yvette Pottier, un personaje a menudo opaco, secundario, pero que Carme Conesa, fantástica de voz, de intención, de dibujo, ha convertido, guiada por Vera, en un ave rapaz con zapatos rojos de tacón alto, una superviviente nata, casi la hermana puta de La Coraje. Y, más tarde, la mismísima muerte ambulante: cuando se arranca el sombrerito y vemos emerger, casi literalmente, su desmochada calavera. Me vuelve, y cómo, ese cráneo mondo y terrible, y la lluvia que cae sobre Ingoldstad durante la escena, medida con metrónomo, del entierro del general Tilly, y la danza de las pantallas, enmarcadas como cuadros, que dan rapidez a los cambios y crean nuevos espacios. Álvaro Luna, el responsable de las filmaciones, es un artistazo y aquí se ha superado: las imágenes en blanco y negro de La Coraje y sus hijos, empujando el carro por los campos de batalla, insertas en viejos documentales, tienen una calidad excepcional. Pero, y ahí empiezan los sentimientos contrapuestos, marcan un excesivo contraste con lo que sucede "abajo". Ejemplo capital: el famoso grito mudo de La Coraje, que por un instante "pasa" a la pantalla y se hace infinitamente más doloroso así atrapado. En otras palabras: las imágenes te dan ganas de que siga la película, no la obra. Y es que a esta obra nunca he acabado de verle la punta. Tengo claro que la guerra es una cosa muy mala: no necesito que me lo repitan treinta veces. A la hora de mostrar su perversa mecánica, me quedo de largo con Un hombre es un hombre. Mensajería aparte, es obvio que la función tiene un gran personaje central sobre el que Brecht no parece acabar de saber a qué carta quedarse. "Los espectadores del año 49 y de los años siguientes", dice BB, "no vieron los crímenes de La Coraje, ni su ansia de sacar provecho del negocio de la guerra". ¿Qué crímenes, qué provecho, frente a Krupp y compañía? ¿Vender pan, cinturones, botas, algún saquito de balas? Tampoco estoy de acuerdo con Vera cuando califica a La Coraje de hija de puta. Anna Fielding es una mula de carga que hace lo que puede para salir adelante. Vale, pierde a sus hijos por descuido y por regateo, pero se niega a abandonar a su hija cuando podría hacerlo. Cierto que su apelativo confunde un poco: la Grushka de El círculo de tiza sí era una verdadera Madre Coraje. En la Fielding veo a una de nuestras abuelas, las que sufrieron la guerra, da igual en qué bando. Y ahí entramos en lo que podría ser la esencia de la interpretación de Mercè Aránega que, de nuevo, suscita dobles sentimientos: me gusta lo que evita pero no me acaba de convencer lo que consigue. Evita el lucimiento a toda costa, ponerse por encima del personaje, y muestra un tono neutro muy convincente. Su trabajo podría calificarse de lineal: no hay "arco dramático", no hay grandes cambios entre principio y final, pero me pregunto hasta qué punto cambia el personaje. La guerra la acorazó frente al horror desde muy pronto: lástima que Vera haya prescindido de casi todas las canciones, pero sobre todo de la Balada de la Gran Capitulación, que es su breviario, su poética vital. No creo que La Coraje pueda permitirse cambiar: si se para se cae, se viene abajo. Por supuesto que se da cuenta de todo lo que pasa y le pasa, pero, como nuestras abuelas, tiene que sobrevivir. Brecht no sentimentaliza su dolor: su opción sólo puede ser "gritar para dentro", seguir adelante hasta que ese grito enmudecido le perfore la tripa. Entiendo todo eso. Y entiendo, como espectador, que puede ser más dura la mineralidad que el desgarro. Ahora bien, me gustaría que esa mineralidad me sacudiera un poco más. Me pasa tres cuartos de lo mismo con los personajes masculinos: están muy bien Carrión (El Predicador), y Cunill (El Cocinero), y Abel Vitón (El Sargento), y Vidarte (El General), y Críspulo Cabezas y Mario Angulo, los hijos, pero ninguno me atrapa plenamente. Me interesan sus historias, les escucho porque se hacen escuchar, y no encuentro esa chispa veloz y duradera que tantas otras veces imprimió Brecht a sus criaturas. De acuerdo, no son Galy Gay, ni Matti, ni Schweyk, pero quizás Vera tampoco haya sabido insuflarles la vida precisa.
Las imágenes de La Coraje y sus hijos empujando el carro por los campos de batalla, insertas en viejos documentales, tienen una calidad excepcional
Las mujeres, personajes y actrices, son las auténticas dueñas de esta función. Me atrapa (a ratos, aunque menudos ratos) la fuerza de Mercè Aránega: cuando echa las cartas con la cruz negra, cuando ha de reconocer sin descubrirse el cadáver de Caradequeso, cuando se empeña en confundir, en su definitiva mineralización, a una hija muerta con una hija dormida. Me atrapa la Yvette de Carme Conesa, y, desde luego, la muda Katrin interpretada por Malena Alterio. ¿A quién no le gusta Katrin, a quién no le perfora el corazón su bondad, su poesía, su valor? Es Gelsomina cuando se prueba los zapatos rojos, y Juana de Arco en la escena del tambor, quizás el clímax más emotivo de todo el teatro de Brecht. Para una actriz es un rol todavía más difícil que el de La Coraje, porque ni siquiera tiene palabras para expresar lo que siente. Precioso personaje, conmovedor trabajo. Ah, y soberbio final: cae de los telares una cortina rojo sangre, la cortina de la mucha muerte; se abre al fondo el portón de la entrada de decorados, y Aránega sale empujando su carro a la plaza de Lavapiés y se pierde en la noche, en la guerra permanente. -
Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht. Dirección de Gerardo Vera. Centro Dramático Nacional. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 11 de abril. cdn.mcu.es
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