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Columna
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Bodrio

Conceder es otorgar, por parte de un Gobierno determinado a unas empresas privadas también determinadas, apropiaciones o aprovechamientos privados en el dominio público. Los concejos de algunos pueblos y ciudades otorgaban concesiones a algunos de sus vecinos, por ejemplo, para que explotaran los bosques de propiedad municipal, a cambio de un alquiler. Son conocidas internacionalmente las concesiones a poderosas empresas para explotar minas o yacimientos de hidrocarburos en países en vías de desarrollo. Aquí y ahora también se hicieron y se hacen concesiones para construir o explotar obras públicas como la autopista AP-7, que en la geografía valenciana supone algo más que una mera, conocida y consuetudinaria concesión.

La concesión de la AP-7 fue hace unos 40 años. Y la autopista a lo largo de nuestra costa se transformó en uno de los pocos elementos de vertebración del territorio y del vecindario valenciano. Aunque su trazado tuvo desde un principio sus críticos y detractores: no fueron pocos en las comarcas castellonenses quienes defendieron que el trayecto debía discurrir por el secano interior, paralelo a la antigua calzada romana conocida como Vía Augusta. No eran tiempos favorables a la crítica, y el asfalto de la autopista ocupó una parte no desdeñable de los fértiles llanos litorales, densamente poblados. Pero bueno, la AP-7 se convirtió entonces en herramienta de progreso que agilizaba las comunicaciones con el resto de Europa, y fomentaba la industria, el comercio y el turismo. Luego llegó el aumento aritmético de los vehículos en circulación, la decisión de prolongar la concesión de la autopista a la empresa que la explotaba y el sainete político en torno al rescate de la concesión, mientras se seguía sembrando de asfalto el suelo fértil con desvíos y desdoblamientos, con poco tiento y mala saña a la hora de invertir el dinero público. Ahí tienen, a guisa de ejemplo, los descalabazados desvíos de Nules o de la capital de La Plana, que vienen a ser el paradigma de cuanto no hay que hacer para ordenar el territorio.

El rescate de la concesión de la AP-7, o la espera de la finalización de dicha concesión hace más de una década, hubiera podido permitir la construcción de cuatro carriles más, paralelos a los cuatro actuales, a su paso por La Plana con razonables accesos a los núcleos poblados. Alternativa planteada por miles de castellonenses cuando finalizaba la década dorada de la socialdemocracia española, los años ochenta. Los cartagineses de entonces sufrieron de sordera ante la solicitud ciudadana; los romanos ultraconservadores que ahora nos gobiernan y que piden el rescate de la autopista, cuya concesión ellos mismos alargaron, padecieron la misma enfermedad. Y el adalid provinciano Carlos Fabra que un día concedió al desvio de la 340 por Castelló el título de bodrio, anda ahora pidiendo desdoblamientos y asfalto que no son gratis. Como indican los anglosajones, que Dios bendiga las comunicaciones valencianas.

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