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La justicia exculpa a un príncipe malayo de abusar de su esposa

Una sentencia condena a la modelo, de 16 años, a pagar 1,3 millones de euros

Una exótica belleza indonesia, quien todavía adolescente se casó con un príncipe malayo para acabar abandonándolo a raíz de sus supuestos abusos sexuales, ha sido condenada a indemnizarle con 1,3 millones de euros por difamación. El caso ha supuesto todo un escándalo en la conservadora Malasia, cuya realeza sólo detenta un papel ceremonial pero retiene gran autoridad moral entre la población mayoritariamente musulmana.

El pasado noviembre, el Tribunal Supremo del país daba la razón al príncipe Tengku Fakhry en la demanda contra su entonces esposa, la modelo Manohara Pinot, por asegurar públicamente que su matrimonio la había convertido en una esclava sexual, objeto de reiteradas agresiones físicas. Esta semana, los jueces han determinado la indemnización en concepto de daños y prejuicios, una cifra abultada pero muy inferior a la que reclamaba el demandante, que afronta una nueva batalla legal si pretende llegar a cobrarla. Pinot vive refugiada en su Indonesia natal desde que, hace medio año, consiguiera zafarse de la vigilancia de los guardaespaldas de su marido en un hotel de Singapur. Apenas habían transcurrido 18 meses desde su boda, recién cumplidos los 16 años, con un príncipe que justo le doblaba la edad, hijo del sultán de Kelantan.

Manohara pinot aseguró que en su matrimonio fue una esclava

A raíz de la sentencia condenatoria, ya ha adelantado que no piensa reconocer las leyes del que se convirtiera en su país de adopción por la vía matrimonial. Esa circunstancia forzará al demandante a reanudar los trámites en el vecino país.

El relato de la joven sobre el infierno vivido, de cómo el príncipe le infligió heridas con una navaja o le forzó a consumir drogas mientras la mantenía confinada en el palacio como a una prisionera, conmocionó en su momento a la sociedad de Malasia, cuyos sultanes ocupan de forma rotatoria la jefatura del Estado. A pesar de la gravedad de estas acusaciones, la mujer decidió no regresar a Kuala Lumpur para defenderse ante la demanda por difamación mientras, en paralelo, su proceso de divorcio se tramitaba en un tribunal religioso. Probablemente tuvo muy en cuenta que, según las leyes de Malasia, cualquier crítica a la realeza puede derivar en un delito de sedición.

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