El lago

La historia señala que el lago de la Albufera proveía con sus aguas las bases de la riqueza de la zona que inundaba, que se concretaban en los hermosos arrozales, en una sustanciosa y específica fauna apta para ser pescada y todo un surtido de aves con sentimientos acuáticos dispuestas a ser cazadas, todo lo cual se traducía en una rica y sustanciosa gastronomía local.

Así fue a lo largo de muchos años, durante los cuales las comidas se limitaron al consumo familiar, hasta que el ánimo viajero se apoderó de los ciudadanos, que fueron a descubrir idílicos paisajes y románticos amaneceres y puestas de sol, solaz intelectual que redondeaban con un robusto all i pebre de anguilas o un arroz guisado en compañía de cualquiera de los ingredientes vegetales o animales que allí se encontraban.

De esta suerte surgieron multitud de establecimientos que dieron alimento a los visitantes, presidida siempre su restauración por el respeto a los ingredientes del lugar, las hechuras caseras de los platos, la rústica decoración de los establecimientos y la confianzuda relación del servicio con el cliente.

Pero he aquí que los productos del terreno se los llevó la modernidad, y a la honrada sabiduría culinaria de las amas de casa la sustituyó la vulgaridad de la cocina en serie y sin espíritu, conservándose, eso sí, los flojos servicios que la acompañaban. Este es hoy el panorama general, por lo que es de admirar que algún establecimiento, como el Nou Racó, haya modernizado sus instalaciones, y además logre que el conjunto del servicio y la comida adopten modos y criterios actuales, que se traducen en una cocina de muy razonable calidad, sobre todo cuando de arroces hablamos.