Ciclogénesis (literaria) explosiva
Como comprenderán, soy el primero en lamentarlo, pero he tenido que recurrir a la tortilla diaria de benzodiacepinas para calmar mis nervios, siempre en tensión como los de ciertas heroínas de Poe. Mi inmadurez emocional me lleva a imaginar el mundo como un escenario ordenado y previsible, como una copia a escala planetaria de esas maquetas impolutas y exactas por las que transcurren los trenes eléctricos en miniatura. Soy un individuo apocado, profundamente misoneísta y receloso de los cambios, por lo que me afecta particularmente la reiteración de mensajes confusos y contradictorios que estamos recibiendo. Y no me refiero a la alarma por la temible ciclogénesis explosiva, pronosticada por las Casandras meteorológicas como devastador huracán (yo había protegido las ventanas con colchones) y que terminó resolviéndose (aquí) felizmente como tonificante ventarrón estacional. A veces dichos mensajes corren a cargo de organizaciones interclasistas, como los que se emiten urbi et orbi desde estosololoarreglamosentretodos.org y que, cubiertos con el disfraz del optimismo y la esperanza, infunden tremenda desazón en mi desarbolado espíritu. Tanta insistencia en el esfuerzo colectivo resulta sospechosa: una demanda semejante -me barrunto- sólo se justifica por la inminencia de un ominoso peligro del que la mayoría no tenemos noticia. Así han funcionado desde siempre los movimientos milenaristas que perseguían galvanizar a la población ante un impreciso apocalipsis. Juzguen ustedes mismos por una muestra de su retórica: "Porque cuando tú, y tú, y tú, y yo, nos convertimos en nosotros, no hay nada que no podamos conseguir". Así se construyeron las pirámides y la muralla china, donde -por cierto- no todos daban el callo por igual. Pero ojo, este tú y tú y tú y yo incluye a todos. También -de ahí lo desconcertante del mensaje- a los profetas del apocalipsis: a gentes como, por ejemplo, Martínez Camino (a quien, por cierto, me pareció ver el otro día en la Marcha Zombie, aunque puedo equivocarme), al imán de Cunit o, sin ir más lejos, a la tropa (políticamente) desinhibida de alegres muchachos y muchachas que participan en el castizo Tea Party ultraderechoso al que puede asistirse zapeando por el TDT (comparada con algunos de ellos Soraya Sáenz de Santamaría parece discípula de Emma Goldman). Ese eslogan biempensante sólo puede habérselo inventado un astuto empresario, un populista convencido de que su bien es el de todos y de que es preciso amarrar las subidas salariales hasta el fin de siglo, en aras del bien "común" y de la lucha contra la obesidad en la clase obrera. Y, contrastando con ese optimismo rampante, el pesimismo más abisal a cargo de quien, paradójicamente, parece destinado a ensanchar su gloria literaria (y sus regalías) en los próximos meses. Lean los titulares que selecciono de unas recientes declaraciones del académico Pérez-Reverte: "El español es históricamente un hijo de puta". Y aún más: "Aquí todos hemos sido igual de hijos de puta, TODOS" (debo aclarar que yo me salvo de la caracterización del novelista cartagenero: como mis improbables lectores probablemente sepan, nací cerca de Aberdeen, Escocia, en una antiquísima familia de nobles arruinados, y sólo visito este bronco país de ustedes en calidad de curioso hispanista). Pero la incontinencia (verbal) del exitoso autor de El asedio (Alfaguara; 300.000 ejemplares de tirada inicial) no se detiene ahí: (en España), afirma, "nos faltó una guillotina (...) en la Puerta del Sol" (...) "nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media". ¡Gulp!: no gana uno para sobresaltos. Ya ven, la vida es como una permanente ducha escocesa: exactamente como las que yo tomo en mi tierra natal, tras regresar de una fiesta gaélica en la que ha corrido el malta de las Highlands, y antes de disfrutar, repantigado en mi sillón de orejas, de la lectura de las baladas de Robert Burns, mi cálido bardo nacional.
Caín
Decía Horacio Walpole que la vida es una tragedia para los que sienten, y una comedia para los que piensan. Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) participaba de ambas condiciones, aunque la Naturaleza le había concedido el don del humor incluso para referirse a sus más íntimos demonios y sufrimientos. Esa cualidad era inseparable de su idea del lenguaje como juego, algo en lo que continuaba una tradición que se consolida en el barroco y continúa a través de Sterne y Carroll hasta Joyce y los surrealistas. En realidad GCI fue autor de un solo libro: la novela de su vida, que dividió en ficciones y ensayos, y de la que Cuerpos divinos (Galaxia Gutenberg) no es más que otro avatar, quizás más deliberadamente autobiográfico. El libro, rescatado de entre sus papeles póstumos por Miriam Gómez -su musa, y una de las personas más generosas y divertidas que he conocido (ella también debería escribir sus memorias)-, está basado en "el último manuscrito" de un texto en el que GCI estuvo trabajando intermitentemente desde antes de su ruptura definitiva con el régimen cubano. Simultáneamente a la aparición de Cuerpos divinos, Cátedra publica la edición crítica (a cargo de Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí) de Tres tristes tigres, su obra maestra. Escrita entre 1962 y 1964, publicada (con cortes) por Seix Barral en 1967, Tres tristes tigres, uno de los hitos del boom de la literatura latinoamericana, sigue prohibida en Cuba. Si viaja a la isla, llévese un ejemplar y regáleselo a quien le caiga bien.
"El Mainer"
Desde que me enteré (por Gonzalo Pontón, el pilar sobre el que ha descansado el formidable catálogo de Crítica, y cuya obra prosigue Carmen Esteban) de que José Carlos Mainer iba a dirigir una monumental Historia de la literatura española he esperado con impaciencia el momento de su aparición. Hoy, por fin, tengo en mis manos el primero de sus siete tomos: Modernidad y nacionalismo, 1900-1939, cuyo autor es -como era de esperar, dada su solvencia como estudioso del periodo- el propio maestro Mainer. Hasta la fecha sólo he leído el prólogo general a la obra, de manera que no puedo juzgar más que intenciones. Y éstas no pueden ofrecer mejor rostro: síntesis y análisis, exposición de lo que antes llamábamos contextos (históricos, literarios, mundo de los escritores), relación con la historia literaria. Todo ello asumiendo críticamente las profundas revoluciones y escepticismos que se manifestaron en la teoría literaria a partir de los sesenta, y que quedan ejemplificados en la brevísima deconstrucción prologal de los términos "historia", "literatura" y "española". Tras los "megamanuales" de autor de Valbuena y Alborg, de la estupenda "historia y crítica" dirigida por Francisco Rico, y del intento colectivo (frustrado por la falta de interés de sus editores) que inició García de la Concha para Espasa (los cuatro tomos publicados se saldan estos días), el de Mainer se anuncia como el gran manual para el público de la segunda década del siglo XXI. Y si colma las expectativas que suscita, servirá de referencia para al menos una generación.
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