Los desafíos de Insulza
El 24 de marzo la Organización de Estados Americanos (OEA) decidirá si reelige a José Miguel Insulza como secretario general. Dado que es improbable que haya algún otro candidato, resulta casi seguro que será elegido, a pesar de la renuencia de varios gobiernos del hemisferio y de un puñado de líderes políticos e intelectuales de la región.
Enhorabuena, ya que se trata probablemente de la única persona capaz de corregir y aprender de sus propios errores y de los de la OEA a lo largo de los últimos cinco años. Éstos son varios. Los más graves se relacionan con el tema del respeto a los derechos humanos y la democracia en Venezuela, con la invitación a Cuba para reincorporarse a la OEA, y todo el enredo o sainete hondureño.
Si es reelegido, dirigirá la OEA en la dirección correcta. Pero deberá disipar las dudas que albergan muchos
En los últimos años la OEA ha cometido errores en Honduras, Venezuela y Cuba
Insulza fue electo en gran medida gracias a los votos cari-beños de Hugo Chávez, y al consentimiento de Condoleezza Rice, en aquel momento secretario de Estado de Washington. Sin duda ha saldado su deuda con Chávez, pero no necesariamente con Estados Unidos. Durante su mandato, las violaciones a los derechos humanos en Venezuela -señalados por organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y muchas otras instituciones más pequeñas- a la libertad de prensa, al Estado de derecho y a los procesos electorales transparentes y equitativos, han ido creciendo. Varias organizaciones venezolanas de derechos humanos, así como grupos estudiantiles y activistas de la oposición política, le han rogado a Insulza que se comprometa más activamente en los asuntos venezolanos, pero él se ha negado reiteradamente.
Tiene un punto jurídico a su favor. Ni la Carta de la OEA, firmada en 1948 en Bogotá, ni la Carta Democrática Interamericana (CDI), firmada en Lima el 11 de septiembre -entre tantos otros, por el que escribe-, otorgan a la OEA o a su secretario general la prerrogativa de involucrarse en temas de política interna o de derechos humanos, a menos que la mayoría de los miembros así lo soliciten, lo cual resulta excesivamente difícil, dada la tradición antiintervencionista de América Latina; en consecuencia, todo depende de la interpretación que se le da a los textos. Ambas cartas -Bogotá y Lima- son particular e insistentemente ambiguas al respecto, especialmente la CDI en sus artículos 10 y 11. No se pudo avanzar más en 2000 y 2001, cuando se negoció su redacción.
Insulza se colocó del lado tradicionalista en materia de interpretación, y no en el bando modernizador y de defensa colectiva de la democracia. Por ello, el principal desafío de la OEA hoy en día radica precisamente en definir aquellas rupturas yviolaciones de la democracia y los derechos humanos, además de las interrupciones al orden constitucional que puedan activar los procedimientos y las sanciones contempladas por la Carta Democrática. Esto deberá ser la primera tarea de Insulza en su segundo mandato.
Otro error consistió en el sorpresivo intento de readmitir a Cuba en la Organización durante la Asamblea General celebrada durante el mes de abril en San Pedro Sula, Honduras. Aunque los cubanos no buscaron la reincorporación, sus aliados en la región, dirigidos por el posteriormente depuesto mandatario hondureño, Manuel Zelaya, y por Venezuela, Ecuador y Bolivia, utilizaron su mayoría retórica en la OEA para aprobar una resolución derogando la suspensión de Cuba que data desde 1962. Argumentaron que se trataba de un vestigio de la Guerra Fría, carente por completo de relevancia hoy en día.
Ni tanto: la actual secretaria de Estado, Hillary Clinton, los canadienses y algunos otros gobiernos latinoamericanos lograron invocar las cláusulas de derechos humanos y democracia de la OEA para imponerle condiciones significativas a la readmisión de Cuba. Tuvieron éxito en establecer requisitos inaceptables para la isla, por lo cual todo el proceso se convirtió en letra muerta de un día para otro y perdió cualquier importancia sustantiva, lo cual disculpa tal vez a Insulza, que promovió la rein-clusión de La Habana, pero a sabiendas de que no prosperaría el intento. Es válido el reclamo privado de Insulza de que todo resultó de la incomprensible decisión de la Cancillería mexicana de integrar a Cuba al llamado Grupo de Río de democracias latinoamericanas. Aun así, Insulza debió saber que el escaso capital político con el que contaba la Administración Obama en materia de actos unilaterales a favor de la distensión con los Castro, no debió haberse utilizado en un gesto puramente simbólico.
No obstante, a partir de ahora, Insulza es el más calificado para rectificar este paso en falso, y ayudar a Obama y a los nuevos gobiernos chilenos y brasileños que tomarán posesión este año, así como a México, Colombia y Perú, a cuadrar el círculo entre Estados Unidos y Cuba, una tarea malagradecida pero indispensable.
Finalmente, la tragicomedia hondureña. Ni Insulza ni el Gobierno Obama, y menos aún los latinoamericanos, debieran haber puesto tanto esfuerzo en restituir a Manuel Zelaya, sin prever que de no ser realizable esta faena, las elecciones de noviembre en ese país transformarían por completo el panorama. Una cosa era oponerse al golpe, que es lo que fue la expulsión de Zelaya, pero otra cosa fue apostarlo todo a su restauración sin contar con los medios para alcanzarlo. Una vez más, la OEA y sus instrumentos legales resultaron insuficientes; carecen de sanciones más vigorosas que la simple suspensión para lograr este cometido. Así que el tercer desafío del secretario general, para el cual dispone del necesario talento intelectual y político, radica en reformar las Cartas de Bogotá y de Lima, a fin de dotarlas de la fuerza jurídica necesaria para estos propósitos.
Hoy, sin tener que buscar ya la reelección, y ante el posible reflujo de la llamada marea rosa en América Latina, Insulza se halla a la altura de estos desafíos, de llevar a cabo estas tareas, y de dirigir a la OEA en la dirección correcta. Conoce bien la organización, conoce bien Washington y lo conocen bien en América Latina. Merece el beneficio de la duda, pero debe también disipar las dudas que muchos albergan sobre su congruencia política.
Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México, es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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