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Columna
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Manual de injurias

El dedo corazón del inicuo no señalaba al cielo, amenazaba a los irónicos reventadores de su fatuo discurso con un tacto rectal, apoteosis de una escatológica campaña de palabras y gestos insultantes. Más pendiente de sus abdominales que de sus desperdiciadas meninges, el ex presidente Aznar enunciaba con un gesto soez la culminación dialéctica de todas las estrategias del primer partido de la oposición. El insulto y la injuria, fuera o dentro de cámaras y micrófonos, está a la orden del día, el tono chulesco y despectivo se impone en la mala lengua de políticos deslenguados y políticas despechadas. Tiene la lengua castellana un enorme tesoro, una tradición inmortal, una brillante capacidad para la ofensa. La pícara Esperanza y el bravucón Josemari la reducen a su mínima y más degradada expresión. Si en vez del dedo único y enhiesto hubiera esgrimido el ilustre conferenciante el índice y el meñique erguidos para invocar la cornamenta, su gesto hubiera entroncado mejor con la ibérica y arquetípica pose, pero ya se sabe que el destronado y tronado líder de la derecha montaraz y chotuna habla en inglés el lenguaje de signos.

La pícara Esperanza y el bravucón Josemari reducen el castellano a su mínima expresión

No es el denuesto patrimonio de uno u otro bando, o bancada de coliseos y hemiciclos. La injuria goza de una buena salud parlamentaria y pública, pero resulta lamentable que a la hora de las pullas y los puyazos hoy predomine entre los lenguaraces, que sólo dicen lo que piensan cuando no piensan lo que dicen, un corto y basto repertorio de insultos, cuando su ineludible obligación como tribunos de la plebe sería hablar en culto y dar lecciones, ya que no de ética, al menos de gramática y léxico a sus vasallos. Cuídense luego de imitar a Quevedo; no pasarían del burdo pareado y el ripio pueril, pero lean más a los clásicos y menos a sus críticos.

Para ilustración de políticos y aprovechamiento de gente del común, un erudito manchego amigo mío prepara un manual de injurias expoliadas de las ingeniosas páginas del Quijote, donde abundan los follones, malandrines y bellacos, soez y baja canalla, más ladrones que Caco, villanos ruines, sandios, truhanes y satanases, belitres, majaderos, gañanes y faquines, socarrones de lengua viperina, gente de baja ralea endiablada y descomunal, fementida e hideputa. No puedo avanzar más en el catálogo de agravios y vilipendios, pues mi amigo de La Mancha se ha quedado por ahora en el capítulo XLIII encandilado con unos versos que canta un mozo de mulas y que poco tienen que ver con el ultraje, versos que según el encomiable erudito podrían contener rasgos proféticos al estilo de Nostradamus: "Dulce esperanza mía / que rompiendo imposibles y malezas / sigues firme la vía / que tú misma te finges y aderezas...".

La dispersión es uno de los graves problemas que afectan a mi colega y que han impedido que su vasta pero fragmentada e incompleta obra no haya obtenido hasta ahora el concurso de las prensas, ni siquiera el auxilio de las redes informáticas, pues otro de sus defectos discapacitantes es el de la pereza, por lo que nunca termina de poner a punto un blog con sus ocurrencias. Pero no caigamos nosotros en la dispersión. Estábamos en que la lectura de los clásicos podría mejorar la expresividad vituperante de nuestros políticos que, a todo lo más, guardan en sus bibliotecas algún ejemplar del Diccionario secreto de don Camilo José Cela, obra cumbre de la vituperología moderna que todos citan y pocos han leído. Quedémonos pues con los improperios quijotescos, que bien hilvanados darían lustre a la oratoria parlamentaria y a la retórica política y enriquecerían los titulares de la prensa y la prosa de los telediarios. Más le hubiese valido al Aznar de los Aznares guardar el dedo en ristre y acometer a sus reventadores con las invectivas que el ingenioso hidalgo profiriese contra los molinos de viento: "Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un sólo caballero es el que os acomete".

Una excepción entre las huestes populares es el edil Gallardón, que presume de culto y pregona las exequias de la sardina, con barrocos ripios, enigmáticos y simbólicos. No le llamaron las Musas para tan delicadas tareas, pues aparte de enigmáticos, simbólicos, epigramáticos y áticos, sus versos andan regular de rima y fatal de métrica. Se le agradece, sin embargo, su cuidado léxico y su intención didáctica ante tantas bellaquerías y majaderías. Déjese de coplas el señor Ruiz-Gallardón y, si le queda tiempo libre en su esforzada brega, relea la prosa edilicia de los admirables y retóricos bandos de don Enrique Tierno Galván.

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