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Columna
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Elecciones en el campus

En cuestión de días se sabrá qué dos candidatos al cargo de rector de la Universitat de València disputarán la segunda vuelta. Hay cuatro aspirantes en liza, ninguno de los cuales logrará mayoría absoluta el martes, según las estimaciones. A diferencia de otras trifulcas electorales, en este campus todos los votos no suman igual. Más de 500 años de existencia favorecen la persistencia de algún que otro vestigio feudal. Claro que los partidos políticos que instauraron un sistema tan restrictivo, desproporcionado y con más barreras que el Grand National para lograr escaño en el páramo valenciano, son los menos indicados para levantar la voz. Que no hayan dicho esta boca es mía en las elecciones universitarias, no significa que carezcan de opción. La derecha, sin duda, tiene su candidato. Y habida cuenta de que en la izquierda reina atmósfera cero, es difícil captar señales, suponiendo que hayan emitido alguna. Como patético reflejo de cuanto acontece extramuros, tres de los candidatos a la rectoría podrían enclavarse en un mismo o parecido universo de valores y solvencias. Vanidad o diferencias aparentemente insalvables han alumbrado tres equipos, tres, en la bancada progre. Pese a la bondad de programas repletos de compromisos a diestra y siniestra, sin concretar qué partidas soportarán las restricciones, no todos dicen lo mismo. El mundo académico, más allá de los intereses creados y la proliferación de canonjías, se sustenta sobre un colchón de sutilezas. Absténganse los profanos. Pase lo que pase el próximo martes de cuaresma, habrá una semana de prórroga para que los finalistas echen el resto. Más promesas, más pactos, más emoción, ambiente fallero y petardos. ¡Pólvora para todos, y para los niños también!, que diría una que me sé. La universidad y los poderes públicos, desde un cuarto de siglo a esta parte, han tenido sus más y sus menos. Sobre todo, sus menos. Las conveniencias de la autoridad en el orden de sus prioridades, incluso simbólicas, han convertido la razón académica en un baluarte. Un reducto que también los de Camps sueñan con doblegar. El desencuentro nunca fue bandera de los equipos rectorales, pero la indigencia intelectual y el asedio económico les empujó a hacerse fuertes en una reserva india, donde el conocimiento y la investigación no impiden la práctica de ciertas promiscuidades que se dan de narices con los postulados académicos. La carne es débil. Hace años, Zaplana irrumpió al frente de sus legiones en una apertura de curso de la Universidad de Alicante. Además de la infantería, el mandatario llevaba como refuerzo a la Bellea del Foc. Aquella refriega la ganó el campus, pero la autoridad le desgajó un costillar del que nació la Miguel Hernández. Si la cosa se tuerce, el próximo curso académico en la Universitat de València puede inaugurarlo la fallera mayor.

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