Boda sij mixta en Santa Coloma
Primer casamiento de una catalana y un miembro de esta confesión india
En la entrada de unos módulos prefabricados de Santa Coloma de Gramanet, Kewal Singh Dhindsa tapa la cabeza de la pequeña Gina con un pañuelo amarillo. Es la hija de la mujer con la que está a punto casarse en el recién inaugurado templo sij de Can Zam. La novia también lleva la cabeza tapada y luce un traje rojo que su suegra le ha mandado desde India. Lo poco que sabe de las bodas sij es gracias a los vídeos de Youtube porque ella se llama Elisabet Pedrosa, es barcelonesa y, desde ayer, la primera catalana casada con un sij.
Ayer era día de fiesta en Can Zam. El templo sij, inaugurado en diciembre, acogió su primera boda y la única unión mixta celebrada en Cataluña. "No dudé ni un minuto en decir sí cuando Kewal me propuso casarnos", recuerda Elisabet, separada y poco amiga de las bodas. "Un día dije que nunca me volvería a casar, pero quiero a Kewal y si para él es importante hacerlo, para mí también". La religión sij no la obliga a convertirse y, aunque la boda para ella no tiene validez legal, "sí cuenta para el corazón". Elisabet, periodista de 40 años, observa con curiosidad y se deja guiar por el futuro marido, de 26. Observados por unos 70 sijs, la pareja se sienta ante el altar donde reposa el libro santo de esta religión, proveniente del norte de India. Sus fieles adoran a un solo dios, hablan el benjavi y son vegetarianos estrictos. En Cataluña ya son más de 10.000.
Los fieles de esta religión adoran a un solo dios y son vegetarianos
Kewal aterrizó en Barcelona en 2008. Tras dos años investigando las lenguas de su país y trabajando de profesor en Polonia, Alemania, Grecia y Portugal, paró en España. Sin apenas hablar español, empezó a trabajar en la frutería que hay en el edificio donde vive Elisabet. Allí se conocieron. Fue gracias a Gina, la hija de ella, que sufre la enfermedad neurológica congénita denominada síndrome de Ret y que ayer se pasó toda la ceremonia dormida en brazos de su abuela. A raíz de encontrarse y charlar en la tienda, Kawel se ofreció a cuidar de la niña de vez en cuando porque Gina le recordaba a la hija de un tío suyo con una patología similar. Y así fue. "La gente no sabe cómo acercarse a una niña que está en una silla de ruedas, que no habla ni anda ni nada, pero él lo hizo desde el principio de forma natural", recuerda Elisabet. "Poco a poco nos fijamos el uno en el otro y nos enamoramos".
Y como un sij no puede mantener una relación con una mujer sin estar casado, allí estaban ayer los dos, sentados uno al lado del otro, escuchando (aunque sólo Kawel entendiendo) los cánticos de los miembros de la comunidad sij. Tras las oraciones, Dharamm Paul Singh Ackoo, coordinador de la religión sij en Cataluña, hizo levantar al padre de Elisabet para que participara de la celebración. Cogió el velo que Kawel llevaba en el cuello y le dio un extremo a su hija, símbolo del permiso paterno para que el chico la tomara como esposa. Luego dieron cuatro vueltas al altar, ella detrás de él, sujetando una parte del pañuelo que Kawel llevaba en el hombro. "A partir de ahora, Elisabet, que ya es un miembro más de nuestra comunidad, puede seguir los pasos de su marido", explicó Dharamm Paul.
La madre de la novia observaba los lentos paseos de la pareja mientras una amiga grababa en vídeo la ceremonia. Elisabet contaba días antes de la boda que su familia se tomó la noticia con "una perplejidad lógica", dada la ignorancia que incluso ella misma confiesa tener de la cultura de Kawel. "Tendemos a meter todas las religiones en el mismo saco, yo por ejemplo no sabía ni distinguir a un indio de un paquistaní", bromea la novia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.