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AL CIERRE
Columna
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Los muertos

En el suelo, llena de gotas de pintura, hay una página de diario en la que se habla de la penúltima víctima de Richard Serra. En un museo de arte contemporáneo, una de sus esculturas gigantescas ha vuelto a provocar un accidente mortal. ¿Pensará en esos muertos Richard Serra? ¿Alguno del millón cuatrocientos mil resultados suyos de Google hablará de esos muertos? Sin ir tan lejos: ¿Cuántas víctimas se cobró el Plan Cerdà? ¿Cuánta gente habrá muerto en esta manzana del Eixample? ¿Murieron obreros durante la erección de esta finca? ¿Quién estará, ahí, al otro lado del patio, a punto de morir? ¿Cuántos habrán muerto aquí, entre las paredes de este piso? Dios, esas preguntas no puede responderlas ni Google.

La metamorfosis de la víctima en verdugo puede ser muy rápida

Los pilares de cualquier construcción mayúscula se hunden en un osario. Mientras se va consumiendo mi mudanza, releo La nación y la muerte (Gredos), de Idith Zertal, que analiza el caso de Israel (pero no hay duda de que las masacres recorren la médula de los conceptos de imperialismo y de nacionalismo). Heredera intelectual de Hanna Arendt, que ya en la década de 1940 alertó sobre la problemática creación de un país cuya razón de ser fuera su enemigo árabe y que pidió que ese país fuera laico y binacional, Zertal disecciona la construcción de un discurso nacional que instrumentaliza el exterminio nazi. El primer paso hacia un imaginario colectivo fundamentalista, excluyente, sustentado en el conflicto perpetuo. Hubo supervivientes de la Europa nazi que, convertidos en soldados, perpetraron matanzas en 1948. Rápida puede ser la metamorfosis de la víctima en verdugo. Israel se concibe a sí mismo como una guerra permanente, en que la retórica victimiza a los victimarios.

Leí la edición catalana de ese libro fundamental, La nació i la mort (Lleonard Muntaner), hace años, mientras recorría Israel y descubría que su realidad es similar a la de Matrix. Un decorado perfecto que esconde muertos y ruinas. Si apartaba de las páginas, durante un momento, la mirada: la imagen de los cafés europeos de Tel Aviv o de los kibbutz del desierto perdía señal, sufría interferencias, revelaba cadáveres. En vano, busqué autocríticas tan radicales por parte de intelectuales árabes. Entonces viajaba. Hoy me mudo.

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