Al Valladolid no le da para más

El Valladolid se hunde. Poco a poco, pero sin remedio. Ni Onésimo, su nuevo entrenador, y sus ideas... Nada es capaz de cambiar una tendencia que se inició hace ya mucho, casi un año, un tiempo en el que sólo ha sumado tres victorias en Zorrilla. Ayer lo tuvo casi todo de cara: una expulsión en el rival con media hora por delante, un portero que era un flan cada vez que el balón volaba sobre su área, Diego Costa con una cuota extra de motivación... Pero el Valladolid es incapaz de ganar a nadie. El Zaragoza se encontró con un empate, con otro punto que anotar en su trabajosa mejoría y ante un adversario directo.

Los cambios de Onésimo dieron al Valladolid una apariencia distinta. Medunjanin, al mando del cuero; Borja, a la derecha; Manucho y Costa, juntos por vez primera para averiguar si es cierto eso de que los delanteros cazan mejor en pareja. El balón circulaba bien, alcanzaba el área con peligro. Sesma tuvo la primera ocasión, Del Horno la segunda y a la tercera Carrizo no atrapó un balonazo y Costa lo cabeceó a la red.

El Zaragoza sólo encontraba soluciones en atrancar el juego a base de patadas. Pero el Valladolid es un equipo enfermo, inseguro y de moral quebradiza y, a la primera que se vio contra las cuerdas, entregó el control a su contrincante.

Suazo encontró un pasillo, vio cómo los defensas miraban pero no intervenían y, cuando el área se acercaba, soltó un punterazo a la escuadra de Villar. El empate desmontó el guión de Onésimo, Medunjanin despareció y todo quedó en manos de Costa, que terminó hecho un cromo por las patadas. Sacó, eso sí, la expulsión de Herrera, pero se fue al banquillo con un brazo en cabestrillo y una rodilla tocada y dejó a los suyos desnortados, tanto que desde ahí hasta el final sólo un disparo de Manucho avisó de que el Valladolid podía ganar. Lo demás fue un trabajo defensivo facilón para el Zaragoza, que salvó así su punto y su posición fuera de la zona de descenso.