Tinto concentrado

El Bierzo es una cazuela natural atravesada por el río Sil, antaño famoso por el oro en su arena. En estas tierras la vid es tan vieja como el paisaje. En las zonas altas, en suelos de pizarra y tierra caliza, con las cepas reclinadas en la ladera del monte, se guarda el secreto de una viticultura ancestral, reserva genuina de la Mencía centenaria. Su vino a granel alimentó demasiado tiempo la sed de sus vecinos gallegos, a los que teñía alma y taza. Pero todo se conmocionó cuando una avanzadilla de jóvenes enólogos recorrieron la comarca en busca de la vieja y olvidada cepa, la ladera más abrupta. Como Álvaro Palacios y su sobrino Ricardo, enamorados de la noble villa de Corullón, nombre ya del mejor vino.

Pero antes, predicando la calidad en el desierto, una bodega: Luna Beberide, creada en 1987. Tal vez su error fue prestar demasiada atención a los varietales foráneos en detrimento de la uva autóctona, lo que le hizo perder el liderazgo. Pero ha reaccionado, y ahora ofrece tintos concentrados, como éste, de frutosidad cálida que evoca la mermelada de frutillos silvestres aromatizados de violeta, revestidos de sutiles notas especiadas y alumbrados con el impacto atlántico de las notas minerales. Goloso y ácido, la huella frutal se impone en la boca, estimulada por su frescura. No es la máxima expresión de la Mencía, pero si de lo mejor que puede beberse por su precio.