Diez años de desempleo
La Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre de 2009 describe un mercado laboral en crisis profunda. Durante el año pasado, el número de parados aumentó en 1.118.600 personas y se destruyeron 1.210.800 puestos de trabajo. En total, la sociedad española tiene 4.326.500 desempleados, un récord absoluto, y una tasa de paro del 18,83%. A la vista de un balance tan deprimente, la tentación política es buscar consuelos relativos. Por ejemplo, que en 2009 el paro aumentó menos que en 2008; o que en el último trimestre aumentaron los contratos fijos; o que, como cabe deducir atrevidamente de tan resbaladizos indicios, el descenso del empleo está a punto de tocar fondo, como suponen los analistas económicos más líricos del Gobierno.
Con los modelos y predicciones disponibles se puede esbozar con cierta precisión cuál será el perfil del mercado laboral español durante 2010. Es muy probable que en el mes de enero vuelva a crecer el paro en torno a las 100.000 personas, y que entre febrero y marzo se acumulen otros 60.000 desempleados más. A partir de marzo, el desempleo iniciará probablemente un leve descenso, de forma que acabará por cumplirse la predicción oficial de que no se alcanzará la cota estadística de los cinco millones de parados; se detendrá en las proximidades, inquietantes de por sí, de los 4,6 millones, y la tasa de paro no llegará al temido 20%, pero superará el 19%. Que durante esta recesión no se vayan a rebasar los umbrales citados consuela bien poco; porque existe un paro oculto, por decirlo así, implícito en la caída de la población activa que desmiente cualquier optimismo apresurado.
Esta proyección podría interpretarse como una confirmación de que durante 2010 se producirá eso que los analistas más geométricos del Gobierno llaman punto de inflexión. Pero, como se ha repetido ad náuseam, el problema del empleo en España debe describirse en términos de volumen total de la ocupación y empleo, en términos de velocidad comparada de destrucción y creación de puestos de trabajo y en términos de calidad de los empleos. Dicho en plata, el problema no es sólo cuántos parados acumula el mercado, sino durante cuánto tiempo la sociedad española tendrá que convivir con tasas de paro superiores al 15% y cuánto tiempo tardará la actividad económica en absorber el exceso de paro generado por el patrón de ladrillo y turismo inflado durante los Gobiernos de Aznar y consentido durante la primera legislatura socialista. Con la estructura económica disponible (capital humano de baja formación relativa, escasa inversión en mercados de alto valor añadido, dependencia probada de los mercados turístico e inmobiliario hoy en crisis) y la escasa capacidad real de crear las condiciones para generar empleo elevando la productividad, el cambio de patrón de crecimiento resulta una quimera insustancial; algo parecido a la olla de oro enterrada en el extremo del arco iris.
Una proyección realista, es decir, que tenga en cuenta las dificultades de cambio en dicho patrón de crecimiento y considere cómo se resolvieron las últimas crisis laborales, calcularía que no se volverá a tasas de paro inferiores al 10% en los próximos ocho años. La hipótesis optimista es que el Gobierno tendría que acertar con su política económica, incluidos cambios en la legislación laboral, para conseguirlo en un lustro.
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