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EE UU, crecimiento sostenido

Superado el miedo a una recesión mundial sin precedentes, los avances de la economía de EE UU en los últimos trimestres señalan de forma consistente que el crecimiento vuelve. Lo explican la aportación de la demanda externa, el proceso de reconstrucción de inventarios ante la recuperación de la producción industrial por el crecimiento de los países emergentes y el relativo sostenimiento del consumo ante los fuertes estímulos monetarios y fiscales.

Pero no hay que bajar la guardia. Gran parte de la recuperación descansa en esos impulsos de las políticas fiscal y monetaria que han permitido sustituir la demanda privada por la pública directa e indirecta. Sería un error pensar que la economía ya está en una senda de recuperación autosostenida, si se quitaran los impulsos desde lo público. La recesión de los años treinta en EE UU y la década perdida de los noventa en Japón mostraron que señales incipientes de recuperación tras una crisis financiera no deben interpretarse a la ligera. La banca debe seguir con su limpieza de balance para restaurar su capacidad de ofertar crédito y acompañar a la demanda una vez se fortalezca la demanda privada, para lo que debe avanzar el proceso de desapalancamiento de los agentes privados.

Las revisiones al alza al crecimiento de EE UU para 2010 son sólidas, pero queda camino por recorrer

Después del enorme esfuerzo fiscal realizado, una recaída del crecimiento podría llevar a una situación más complicada, dado que el margen de actuación sería menor. Por eso hay que aprovechar todas las ventanas disponibles. Lo mínimo es no retirar pronto los estímulos, ya que, como apunta el FMI en su reciente informe, el principal riesgo del escenario económico global es una retirada a destiempo. Pero, incluso, no sería descabellado debatir cómo utilizar los ahorros que ha dado el plan de salvamento financiero, TARP para apuntalar la recuperación. Con las estimaciones más recientes, las pérdidas asociadas a este programa serían 200.000 millones menos que lo pronosticado en agosto de 2009. Si bien parte de ese ahorro puede ser utilizado para reducir el elevado déficit público, podría ser razonable destinar otra parte a apoyar aún más la recuperación, y favorecer el empleo, por ejemplo con reducciones de los costes de contratación y programas de estímulo a las pymes, que son las grandes generadoras de empleo.

Legalmente no se podría simplemente usar dinero del TARP para crear directamente empleo o construir infraestructuras, sino que el Gobierno tendría que elevar el techo de la deuda por un máximo de ese monto. El estímulo original de 787.000 millones de dólares era una mezcla de gasto corriente de impacto inmediato e inversión posterior. Este último impulso sólo está empezando a actuar, y apuntalará la recuperación, pero en un contexto donde el mercado laboral aún es débil tendría sentido un esfuerzo adicional bien dirigido.

Cambiar la tendencia del empleo, y no sólo frenar su inercia negativa, reduciría la probabilidad de perder el impulso de la recuperación y daría más margen a las familias a sanear sus cuentas y a los bancos a limpiar sus balances. Y se podría esperar con más confianza, no ya 2010, sino más allá. Y entre tanto, pensar en cómo implementar un plan de reducción del gasto público, y una buena regulación del sistema financiero, que sería la guinda del pastel, si se hace bien, para que el crédito fluya con firmeza, y también para demostrar que se ha aprendido de la historia.

Jorge Sicilia es economista jefe de EE UU y México del Servicio de Estudios del BBVA.

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