Maria Lluïssa Borràs, crítica de arte combativa
La historiadora era la principal estudiosa de Picabia
Sus ojos azules centelleaban cuando explicaba con pasión la obra de alguno de los muchos artistas que defendió a lo largo de su dilatada carrera. Sobre todo cuando entraba a defender la pintura de Picabia, artista al que reivindicó en épocas en las que éste era considerado una figura casi anecdótica en la historia del dadaísmo. Y es que Maria Lluïssa Borràs, fallecida a los 78 años el pasado 20 de enero en Palafrugell (Girona) debido a un fallo cardiorrespiratorio, fue una crítica de arte combativa y apasionada.
Nació en Barcelona en 1932, en donde estudió historia del arte, disciplina de la que fue doctora y de la que impartió clases una breve temporada, entre 1970 y 1974, en la Universidad Autónoma de Barcelona. Explicaba ayer Rosa Maria Malet, directora de la Fundación Miró, que, aunque no asistió a sus clases, siempre la consideró una de sus mejores maestras. "Muchos de sus textos críticos se convirtieron en referencia para una buena generación de estudiantes y, además, era un ejemplo a seguir, ya que en su época había muy pocas mujeres que ejercieran la crítica de arte", indicaba Malet.
Comenzó en esto de la crítica en la revista Destino, en donde se estrenó con una reseña sobre Calder. Lo explicaba a Llatzer Moix con motivo de la concesión de la Medalla al Mérito Cultural de Barcelona en una entrevista en 2004 publicada en La Vanguardia, el diario en el que ejerció su crítica a lo largo de más de 30 años. En ella definía su visión de esta disciplina en un momento en el que el arte se ha vuelto libre pero, decía, casi incomprensible para la mayoría: "La principal labor del crítico no es hoy juzgar. Lo fue. Ya no. Ahora lo prioritario es compartir con el lector las claves que uno posee para ayudarle a entender lo que le dice la obra. El crítico no es un juez: es un puente entre artistas y público".
Sus intereses, como es lógico en una trayectoria tan amplia, fueron variados. Siguió muy de cerca la actualidad artística de Barcelona, pero también la del resto de España y la de las corrientes internacionales, especialmente las francesas, que conocía muy bien y que procuró dar a conocer en nuestro país. Con todo, sus grandes pasiones fueron Artur Cravan, el artista boxeador, al que dedicó una biografía, y, sobre todo, Picabia, artista iconoclasta del que escribió la que está considerada como su biografía más canónica, en un trabajo que le llevó 10 años de investigaciones.
Muy amiga del coleccionista Joan Prats y también de Miró, estuvo casada y tuvo una hija con el escritor y político Francesc Vicens, el primer presidente de la Fundación Miró de Barcelona, de cuyo patronato ella formó parte desde sus inicios. Allí comisarió también algunas exposiciones, como la gran retrospectiva de René Magritte de 1998 o la de Jean Arp en 2001, si bien su labor en este campo fue amplio y tanto organizó muestras dedicadas a Miralda (lo presentó en Venecia cuando fue comisaria del pabellón español en 1990) como a Maillol, Gargallo o el arte cubano. Siempre curiosa, su interés por la historia reciente no le hizo olvidar el presente. "Me gustan las sensaciones nuevas", decía.
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