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Baltar lleva su lucha hasta el final pese a la presión de Rajoy y Feijóo

El presidente del PP afronta la primera batalla interna desde que llegó al poder

Desde que asomó, en enero de 2006, a la cúpula del PP gallego para relevar a Fraga, nadie internamente había tosido a Alberto Núñez Feijóo. El líder jubiló a la vieja guardia, incluidos varios conselleiros del antiguo régimen que pretendían repetir en el Parlamento, viró el discurso político del partido hacia las tesis de Madrid sin que se inmutara el sector galleguista, y diseñó su Gobierno, obviando cualquier concesión a los barones territoriales. Con una militancia rendida -que ni soñaba con recuperar la Xunta tan pronto- y un jefe, Mariano Rajoy, eternamente agradecido por salvarle el cuello con su victoria, Feijóo se topa ahora, como ya le sucedió a Fraga, con José Luis Baltar. Que es tanto como decir con el PP de Ourense.

Dos diputados que amenazaron en 2003 con romper el grupo mantienen escaño
La carta firmada por alcaldes culpaba a Feijóo de afrentas a la provincia
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La batalla que libran las direcciones orensana y gallega tiene poco de ideológica: es una lucha por el control de la provincia, reedición de la pugna entre boinas y birretes que amenizó la vida orgánica del PP durante una década.

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Esta vez estalló antes incluso de que el veterano dirigente anunciase su marcha. Baltar apuró los tiempos, retrasó el adiós que le exigía la dirección gallega hasta diciembre y cedió el testigo a su hijo dos meses antes del congreso para no dejar margen a una hipotética alternativa. Así que Feijóo, que en campaña prometió "acabar con el caciquismo en un día" y profundizar en la renovación del partido, se vio obligado a pedirle a Baltar que se quedara. Lo hizo él personalmente porque el barón no reconoce a ningún otro interlocutor, se niega a tratar con el secretario general, Alfonso Rueda, del que está muy distanciado, y cree que el portavoz del partido, Antonio Rodríguez Miranda, también orensano, es un personaje irrelevante.

Feijóo ha sentado dos veces durante el último mes y medio a su mesa a Baltar para tratar de frenar la sucesión dinástica, consciente de que algunos alcaldes orensanos tragarían con una prórroga pero no con que Baltar dictase testamento político en favor de su hijo José Manuel.

La primera petición del presidente, el último día de noviembre, no hizo mella en el barón provincial, que se tomó un fin de semana para pensárselo y respondió con un no rotundo. "El problema de Ourense", como lo llaman eufemísticamente los dirigentes populares consultados, obligó entonces a intervenir al mismo presidente nacional, Mariano Rajoy, quien también telefoneó a Baltar para recomendarle que siguiera un tiempo más. Sin éxito. La decisión estaba tomada y el dirigente orensano, "después de escuchar a la familia", no sólo confirmó su marcha, sino que anunció ante cámaras y micrófonos que no se mantendría neutral en un proceso en el que participa su propio hijo.

En el cuartel general del PP en Santiago no se quedaron de brazos cruzados ante semejante declaración de guerra. Nadie duda en la organización que fueron las llamadas desde la sede regional las que empujaron a plantear una candidatura alternativa al alcalde de Verín, Juan Manuel Jiménez Morán, hasta hace un mes baltarista convencido y todavía miembro de la ejecutiva provincial que ahora él mismo promete regenerar. El PP gallego puso al servicio de Jiménez Morán a una asesora de prensa del equipo de Feijóo y la sede de la Xunta en Ourense acogió al menos una reunión de estrategia de campaña en la que además del delegado, Rogelio Martínez, estuvo presente el secretario general, Alfonso Rueda.

Desde hace semanas, el equipo de Feijóo ya no disimula que Morán es su candidato, al que el entorno de Baltar acusa de haber llevado demasiado lejos sus denuncias sobre supuestas prácticas irregulares de la Diputación de Ourense, muy similares a las que socialistas y nacionalistas hace años que vienen censurando.

La paz que ansiaba Feijóo, quien hace 15 días volvió a sugerir en otra comida a Baltar padre la posibilidad de fraguar una lista conjunta para atajar la hemorragia, es ya imposible. Así que, ante las constantes dudas que Jiménez Morán vierte sobre el proceso, la dirección regional, en una decisión sin precedentes, ha optado por enviar observadores "para garantizar la transparencia del congreso".

La fractura en la provincia es total y algunos miembros de la dirección gallega no ocultan su preocupación por lo que puede pasar el día después de las votaciones, que se celebran el próximo sábado. Asumen que Baltar Pumar sólo abandonará la Diputación si gana su hijo y admiten que los riesgos de una pugna con él son elevados, dados los antecedentes.

No hay dirigente del PP que no recuerde la amenaza que cinco diputados baltaristas llevaron a cabo contra Fraga en 2003, cuando se encerraron en un piso y amagaron con romper el grupo parlamentario y dejar a su Gobierno en minoría si no se atendían las reclamaciones de Ourense. Dos de ellos, el propio José Manuel Baltar y Miguel Santalices, siguen en el hemiciclo, donde conservan escaños claves para el PP por su exigua mayoría de un diputado sobre la suma de PSdeG y Bloque.

Aunque el propio Baltar repite estos días que aquel órdago fue un error que no piensa repetir, la amenaza sigue latente. Sobre todo, después de que trascendiese una carta anónima que todo el partido le atribuye a él, que unos cuantos alcaldes afines al veterano político habían empezado a firmar y que calcaban algunas de las afrentas a la provincia denunciadas en la crisis de 2003, esta vez personalizadas en Feijóo. La operación interna para desgastar al presidente de la Xunta se frustró cuando ese documento vio la luz. Detrás de la protesta estaban la negativa de Feijóo a colocar como conselleiro a Baltar hijo, una vieja reivindicación de la dirección orensana, o el escaso peso de ésta en los nombramientos que la Xunta ha hecho en la provincia, incluido el de Rogelio Martínez, como superdelegado.

En la cúpula regional son pocos, pese a todo, los que creen que un episodio como el del piso pudiera repetirse ahora. Recuerdan que "fuera del PP hace mucho frío" y están convencidos de que el baltarismo ha tomado nota de lo que le sucedió a uno de sus antiguos socios en el denominado sector de la boina, Francisco Cacharro Pardo, que acabó fuera del partido después de su pulso con Feijóo.

Aquella contienda dejó algunos efectos colaterales: el apoyo de Cacharro a las listas independientes de Terra Galega llevó al PP de Lugo a perder la Diputación y un puñado de alcaldías. En el entorno del presidente de la Xunta son legión quienes piensan que con la jubilación de Cacharro se empezaron a ganar las elecciones autonómicas. Pero ninguno quiere oír hablar de otra crisis que ponga en peligro la Diputación de Ourense, y para la campaña de las municipales apenas queda un año escaso.

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