"La codicia no se detiene"
Cuanto más progreso económico realiza una sociedad, más infelices son sus integrantes. Estados Unidos encabeza la lista de países más ricos, pero psicológicamente es de los más enfermos. Igual le sucede al resto de economías industrializadas, cuyas sociedades están adoptando creencias y valores promovidos por el estilo de vida americano. Fenómeno que se conoce como "globalización", un proceso por el cual el sistema de libre mercado, guiado por el obsesivo e insostenible afán de crecimiento, está dificultando a las personas desarrollar el altruismo y alcanzar la plenitud.
Ésta es la conclusión a la que ha llegado uno de los pioneros en el campo del comportamiento económico, George F. Lowenstein (Boston, 1955), que lleva años estudiando la influencia de la psicología sobre la economía y de ésta sobre actitudes y conductas de individuos y organizaciones. Lowenstein dio una conferencia sobre "codicia y generosidad" en la inauguración del curso de Económicas de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Su nombre aparece en algunas quinielas como futuro candidato a recibir el Premio Nobel de Economía.
Pregunta. ¿Cómo definiría la codicia?
Respuesta. La codicia es el afán por desear más de lo que se tiene; la obsesión por querer más de lo que se ha logrado. Y, al igual que la ambición y el poder, nunca se detiene. Es un círculo vicioso que te lleva a perder de vista lo que de verdad necesitas.
P. ¿Por qué somos codiciosos?
R. Porque sentimos que nuestra vida no tiene sentido, padeciendo un profundo vacío existencial. Tenemos de todo, pero ¿nos tenemos a nosotros? Así, la codicia nace de una carencia interior no saciada, y de la creencia de que podremos llenar ese vacío con poder, dinero, reconocimiento y, en definitiva, con un estilo de vida materialista, basado en el consumo y el entretenimiento. Pero la codicia no es la causa ni el problema. Es sólo un síntoma.
P. ¿Un síntoma de qué?
R. Del funcionamiento corrupto y perverso del sistema monetario sobre el que se asienta la sociedad occidental y, poco a poco, el resto de países y economías. Hemos nacido en un entorno que nos ha condicionado para ser competitivos y productivos, para ganar dinero y comprar todo tipo de bienes y servicios que en realidad no necesitamos. Hoy día, las leyes que rigen la economía fuerzan a los individuos a engañarse y estafarse unos a otros en la interacción que se realiza diariamente en el libre mercado. Estudios científicos demuestran que este entorno promueve la corrupción en detrimento de la honradez y la decencia.
P. ¿Qué les pasa a quienes sucumben a la codicia?
R. Quienes cruzan la línea una vez, tenderán a cruzarla una y otra vez. La persona codiciosa se engaña; siempre halla excusas para justificar sus actos. El hecho de que los demás lo hagan ya es suficiente para hacerlo. Sin embargo, la sombra de su conciencia moral les persigue de por vida. Al corromper su alma y traicionar sus valores intrínsecamente humanos, por más que tengan y consigan, se sentirán vacíos e infelices.
P. ¿Qué medidas se pueden tomar para frenarla?
R. Mientras tu toma de decisiones como profesional tenga relación directa con tu beneficio económico personal, tenderás a corromperte. Sin embargo, no hay nadie más rico que quien sabe saciar sus verdaderas necesidades. Ponerse un tope en el salario, acorde con estas necesidades, es un principio de integridad, que permite aflorar una cualidad innata, latente en el corazón de cada ser humano: la generosidad. La verdadera riqueza y felicidad se genera al dar, no al recibir.
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