El reino de los arroces
Justo al lado de una hermosa playa -ahora límpida y desierta- y con una decoración que se aleja del estereotipo que se supondría por su ubicación, con ordenadas y bien vestidas mesas y en un ambiente donde se respira la tranquilidad, el restaurante que referenciamos ha hecho insignia de sus arroces, que aparecen en una carta diferenciada, y que recorren el variopinto mundo de las especialidades que con los mismos pueden cocinarse.
Los hay de verduras: las que el mercado dispone, entre las que tienen cabida las setas de temporada; también de carnes, con costillas y coliflor, o de ternera y verduras, aderezado con hierbas aromáticas; o hechos con pichón de Bresse, boniato y almendras frescas, o bien con ese juego que transita entre la carne y el pescado, como es el que componen el pato y los caracoles. Y se ofrecen de forma primordial aquellos en que los sabores del pescado y marisco se unen y se entrecruzan, sea el calamar con las kokotxas, sea la sepia con las almejas, sea el langostino con los espárragos y las alcachofas.
Esta vocación arrocera no impide comenzar la comida con un meloso -aunque un tanto coriáceo- pulpo con verduras y gustosa emulsión de tomate, que se perfecciona con una abundante -que no excesiva- cantidad de aceite de oliva. También con unas sabrosas puntillas que combinan a la perfección con el crujiente de alcachofas que las acompaña, o con unas mínimas sepias con habas repeladas y el contrapunto de textura y de sabor de unas láminas de almendra, que deberían servirse acompañadas de una cuchara para mejor recoger los jugos que desprendieron en su cocción.
Pescados y carnes en tono clásico -cual la carrillera, el turnedó y el entrecote- son alternativas de los más sugerentes platos de arroz.
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