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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El verano de su descontento

Con la Trilogia della villeggiatura, adaptación de Goldoni, gran clásico del teatro italiano, Toni Servillo firmó una de las obras maestras de la temporada. Es un cóctel con Shakespeare y Marivaux en el fondo de la copa, que anticipa a Austen y Chéjov

Marcos Ordóñez

Como las obras maestras son infrecuentes, no quería dejar sin comentario la Trilogia della villeggiatura, que clausuró, a lo grande y por partida doble, los festivales de Otoño y Temporada Alta. También es doble su maestría, tanto por el texto de Goldoni (muy raramente montado entre nosotros: sólo recuerdo la notable puesta de Belbel en el TNC, hará diez años) como por el espectáculo, una coproducción del Piccolo y Teatri Uniti de Napoli, con dirección de Toni Servillo, más conocido por sus espléndidas interpretaciones en Il Divo, Gomorra y Las consecuencias del amor.

Aún me hacen palmas las orejas con el recuerdo de este regalo y con sus enseñanzas. Qué ligereza, qué brío, qué intensidad. Cuánta verdad tersa y ágil, cuantísimo talento. Escenografía mínima, esencial, de Carlo Sala, porque la compañía crea y habita los espacios con sus palabras y sus cuerpos. Sólo necesitan unas pocas sillas y mesas, y el mero apunte de los fondos: un pasillo, un ciclorama con un sol ardiente (¡el sol de Strehler!) en su centro, una cortina con hojas cosidas para sugerir un bosque, una lámpara baja que resalta la oscuridad del último acto. El gran teatro es el que te instala en su realidad con efectos retroactivos: a los dos minutos ya tienes la sensación de que conoces a esos personajes de toda la vida. Y con un imperioso anhelo de presente y futuro: no quieres estar en otro lado, quieres seguir con ellos, conocerlos más y mejor, seguir todas sus peripecias. Aunque sean, como en este caso, malísima gente, por acción o por omisión. Goldoni sólo salva de la quema a los humildes y a los humillados: los criados Paolo (Francesco Paglino) y Brigida (Chiara Baffi), sencillos y sensuales; la solterona Sabina (Betti Pedrazzi, casi una reencarnación de Luisa Sala), estigmatizada por mostrar su pasión, o Tognino (Marco D'Amore), un dulce memo codiciado por su dote.

¿Por qué me parece una obra maestra la Trilogia della villeggiatura?

En primer lugar, ya digo, porque Goldoni consigue mantenerte interesado durante tres horas en un grupo de gente con el que no desearías compartir ni diez minutos. Ésta es la razón, pongamos, "emocional" (para mí, la más importante). Luego están las razones de admiración literaria, no menos decisivas: ahí destacaría la profundidad de sus sucesivas capas, su soberbia asimilación de dos influencias mayores (Shakespeare y Marivaux) y su condición anticipatoria de la narrativa y el teatro por venir: Jane Austen y Chejov, mayormente.

En plano general, la trilogía es una sátira del "quiero y no puedo" de los pequeños burgueses que buscan imitar los fastuosos veraneos de la "gente bien", un género en sí mismo cuyo último gran exponente sería La familia Ulises. El primer acto (los preparativos) es un enredo matemático de vivacidad vodevilesca, que Servillo incrementa con velocísimos y casi acrobáticos ritmos verbales. Poco a poco, de la pintura coral emerge el fascinante personaje de Giacinta (extraordinaria Anna della Rosa, un cisne rapaz con ojos de garza desvelada), que rechaza casarse con el celoso Leonardo (Andrea Renzi) y se siente cada vez más atraída por Guglielmo (Tomasso Ragno), un galán extrañamente opaco, frío y flemático, hasta tal punto que acabamos por preguntarnos si no quiere ver en él un arquetipo misterioso y distante, alimentado por secretas lecturas románticas. Giacinta, un prodigio de autoengaño, cree que el cerebro puede frenar cualquier efusión improcedente, pero cuando Guglielmo irrumpe en su mundo, invitado al veraneo, se espanta de sus propios sentimientos y lo arroja en brazos de su rival, Vittoria (Eva Cambiale), hermana de Leonardo.

Giacinta podría ser la bisabuela italiana de la Bovary, pero a mí me parece que está mucho más cerca de otra Emma, la altiva, insegura y manipuladora protagonista de la novela de miss Austen.

Eco dominante del segundo acto (o segunda comedia): las carambolas amorosas de El sueño de una noche de verano, bosque incluido. Anticipaciones pasmosas y ya citadas: Chejov (tedio provincial, instintos reprimidos, conversaciones aparentemente banales) y los mundos cerrados de la autora de Mansfield Park, donde la moda, la etiqueta social y el juego de apariencias provocan un constante baile de máscaras. Servillo combina a la perfección el ritmo lento, de verano caluroso, con la trepidación del cuarteto de amantes confusos, y se reserva el personaje más rata de la función, Ferdinando (¿pensaron en él Benejam y Bech para crear el Fernandino de los Ulises?), un Trivelin gorrón y malévolo. En el último acto, el retorno a Liverno (y al invierno), una luz inclemente parece revelar la naturaleza última de los personajes. Vemos a Filippo (Paolo Graziosi), el padre, hasta entonces amable y bondadoso, como un viejo egoísta empeñado en no ver nada de lo que pasa a su alrededor, y a Fulgencio (Gigio Morra), el habitual raisoneur del teatro del XVIII, como un moralista severo y siniestro, en la línea del duque Vincenzo de Medida por medida. Predomina un tono amargo, heladamente desencantado. Y feroz, como la salvaje escena en la que la patética carta de amor de Sabina a Ferdinando es recibida con enormes carcajadas. La clausura, una sucesión de terribles bodas de conveniencia, remite, inequívocamente, a los falsos finales felices de Shakespeare y a los marivaudages, siempre dictados por la convención social y el interés económico, del maestro francés. A Leonardo no le importa casar a Vittoria con Guglielmo, que no la quiere, para evitar que éste se convierta en el más que probable amante de Giacinta, quien, a su vez, acepta unirse a Leonardo para salvar su hacienda, del mismo modo que la joven Rosina (Giulia Pica) se casa con Tognino, que está a punto de recibir una herencia, impulsada por la codicia de su tía, la temible Costanza (Mariella Sardo). De repente han pasado tres horas como tres minutos, que en el recuerdo se ensanchan con la maravillosa fluidez de una novela-río: bravo por Servillo y bravo por todos.

Una escena de <i>Trilogia della villeggiatura,</i> dirigida por Toni Servillo, presentada en el Festival de Otoño, de Madrid, y Temporada Alta, de Barcelona.
Una escena de Trilogia della villeggiatura, dirigida por Toni Servillo, presentada en el Festival de Otoño, de Madrid, y Temporada Alta, de Barcelona.

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