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Columna
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Navidades negras

Manuel Marchán murió de frío el pasado lunes. Tenía 49 años, un tetrabrick con vino peleón de compañero y un parque público en Almendralejo para pasear su miseria.

La ola de frío se lo llevó al otro barrio, seguramente más placentero para él.

Un tipo vestido con ropa deportiva de marca, bramaba ese mismo lunes en la tele. La ola de frío que arrasa media Europa había detenido el tren AVE en el que viajaba, ¡nada menos que durante cinco minutos!, a las puertas de Zaragoza.

Las dos noticias que saltaron a la pantalla con una diferencia de segundos muestran la cruda realidad de este fin de año en crisis. Los que nada tienen, mueren abandonados y en la indigencia. Los que tienen mucho, despotrican si los elementos les roban cinco minutos de su ajetreada vida de consumidor compulsivo.

También protestaban los viajeros del Eurostar, el tren que une Paris con Londres. La ola de frío lo congeló durante cuatro días. ¡Qué cantidad de compras se perdieron a uno y otro lado del Canal de la Mancha!

La tele nos ha tenido puntualmente informados del destino de esos viajeros desesperados. Nos ha ofrecido menos información del centenar de personas que han muerto en la vieja y acomodada Europa a causa del frío. Como Manuel Merchán, el sin techo pacense. Hay unos 30.000 sin techo en España. De ellos, casi 7.000 malviven en Andalucía, según Caritas.

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Cada día son más. En los últimos dos años, ha aumentado en un 80% el número de personas que acuden a esta organización en busca de ayuda: alimentos, dinero para el alquiler, para la hipoteca, para el recibo de la luz, del agua... De los cuatro millones de parados, uno no tiene ningún ingreso. Se llenan los comedores sociales. Se rebusca en la basura.

No son los pobres de siempre. Un informe de Caritas arrojaba este perfil en Andalucía: varón, 37 años; el 63% tiene estudios secundarios y un 13% estudios superiores. En contra de la creencia de que la mayoría son alcohólicos y drogadictos, hay un 30% de abstemios. Son personas que han sido expulsadas del sistema, abandonadas a su suerte ante una mala racha.

El informe de la inclusión social en España de La Caixa arroja estos datos: el 4,5% de la población andaluza vive en la pobreza severa. Son 360.000 personas. Aunque la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (Apdha), una ONG que realiza un trabajo encomiable, aumenta esa cifra en 80.000 personas más. Otros dos millones viven en lo que los expertos llaman pobreza alta y pobreza moderada. Entre todos, casi la tercera parte de la población andaluza.

Los españoles encuentran refugio y consuelo en sus familias. Los inmigrantes, ni eso. Sin techo, sin papeles, sin permiso de trabajo. Sin dinero, ni siquiera para comprar un billete de vuelta a casa, para, al menos, morir cerca de los suyos. Vagan en busca de un trabajo, el que sea.

Unos 5.000 inmigrantes, negros, magrebíes, deambulan estos días por Jaén, al cobijo de la aceituna. Recorren la sierra del Segura a cinco grados bajo cero. Muchas noches no tienen más techo que las estrellas.

Cuando no hay curro, recurren a lo que sea. Por ejemplo, el top manta. El martes, cuando algunos brindaban con cava barato porque habían cogido un pellizco en la lotería -ese pan y circo de los pobres-, la coordinadora de la Apdha, Isabel Mora, presentaba al senegalés Oussenou Engom, recién salido de la cárcel. Su delito: vender CD piratas para sacarse 200 euros al mes. Castigo: multa de 7.000 euros. Como esa cifra era inalcanzable, la pagó en días de cárcel. Diez meses. Hasta que la Apdha consiguió que lo indultaran.

Está en libertad, si. Pero tan pobre como antes. Oussenou es uno más de los miles que pasarán unas navidades negras: sin techo, sin papeles, sin trabajo, sin dinero. Sin esperanza. ¿El futuro que les aguarda es ser barridos por una ola de frío, como el extremeño Marchán?

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