100 años esperando al mar
Una anciana viajará a la costa por narrar las pequeñas historias de su vida
Luisa Paniagua tiene unas manos pálidas, casi transparentes, y muy suaves. A la hora de despedirse, aprieta con fuerza las de la periodista. "Que seas muy feliz", le desea con voz dulce. "Yo no he perdido la alegría en mi vida", había comentado un rato antes durante la entrevista. Una vida que, a sus 100 años, le ha deparado momentos que le podían haber borrado esa sonrisa tierna que se dibuja muy a menudo. Pero siempre ha encontrado alguna razón para ilusionarse. Ahora, va a hacer realidad su sueño de conocer el mar.
"Mirando el mar, soñé...". La canción se le escapa de los labios cuando se le pregunta por su próximo viaje, que ha ganado en un certamen en el que estudiantes de periodismo narran las historias de algún anciano. Podría pensarse que la vida de Luisa, nacida en 1909 en plena plaza Mayor y que apenas ha salido de Madrid, carece de interés. Pero es la historia de una vida marcada por un amor de juventud que se truncó por la fatalidad y otro, ya con 94 años, que le llevó hasta el altar.
Perdió a su amor, un piloto, en un accidente aéreo y se casó con 94 años
Unos estudiantes de periodismo ganaron un concurso al contar su periplo
"Leonardo era alto y moreno... más bien guapo", explica cuando rememora a su "pretendiente". Aviador en Getafe, murió en un accidente con su avioneta. "Aparte de tener buena figura, es que me quería muchísimo", asegura. "Me iba a ver todos los días", cuenta aún ilusionada, "todo el vecindario se asomaba y me avisaba: 'Que viene Leonardo". Pero, una de aquellas tardes, Leonardo descendió demasiado y chocó contra el suelo. "La ilusión de mi juventud era casarme con él, pero no pudo ser". La muerte de Leonardo truncó esa ilusión, pero no el amor de Luisa, que aún guarda una pulsera que le regaló tras un viaje a África. Señala su muñeca derecha y no duda al señalar entre las cuatro que lleva: "Es de duros de plata de esos antiguos derretidos". No recuerda bien cómo se conocieron, pero mantiene intacta la seguridad de que él la quería "muchísimo".
Por aquel entonces, poco antes de la Guerra Civil, Luisa vivía en Carabanchel con su padre y sus cuatro hermanos. "De mi madre no me acuerdo", musita algo seria. Murió cuando ella era muy pequeña y la familia todavía vivía en la plaza Mayor. "Ahora está muy cambiada", comenta en medio del relato, "el caballo estaba más bonito antes, rodeado de verde". Allí, su padre regentaba una tienda de alimentación y Luisa y sus hermanos jugaban al orí, una especie de escondite. "Siempre volvía de la escuela corriendo para pedirle una onza de chocolate a mi papá", recuerda. Y enseña un retrato de él. "¿A que era muy guapo?".
Al lado tiene la foto de su boda: dos ancianos cortando la tarta rodeados de su familia. En el caso de Luisa, una familia postiza. "En cuanto la conocimos nos encariñamos con ella". La explicación es de Dora, cuya familia ha adoptado a Luisa desde que estuvo compartiendo habitación en la residencia con la tía del marido de Dora.
Cuando el pasado 27 de agosto cumplió 100 años, el matrimonio la llevó al Bernabéu para ver un partido del Real Madrid. "Soy madridista por mis hermanos, que eran aficionados", explica. "El mayor era muy listo, llegó a director de banco", remata. Luisa, que trabajó como cajera en una pastelería, vivió sola prácticamente toda su vida.
"Pero cuéntale lo de Antonio", le indica Dora mientras le acaricia las manos, "que te vas de un tema a otro". "Ah, sí, pues nada... no sé por qué pero le gustaba yo". Y ríe. Antonio llegó después que Luisa a la residencia y "procuraba cambiar de mesa en el comedor" para estar junto a ella. Al poco tiempo, le pidió matrimonio. ¿Con anillo y todo? "Me regaló un reloj". Luisa se lo pensó unos días y le dijo que sí. "Era muy bueno", asegura.
Así que, poco antes de cumplir los 95 años, Luisa se casó, rodeada de los ancianos y trabajadores de la residencia Los Nogales. Le hicieron un regalo muy especial: una habitación en un hotel cercano para pasar la noche de bodas. "Lo pasamos muy bien en la boda, Dora y Eduardo fueron los padrinos... ¿te acuerdas?", cuenta dirigiéndose a su sobrina. Aunque la memoria apenas le falla, parece que intenta borrar sobre todo los momentos tristes. Poco habla de la muerte de Antonio, sólo un año después de la boda, igual que pasa como por encima de los años anteriores a entrar en la residencia, cuando vivía sola. Antes, había cuidado de su padre y de su hermana mayor.
En la residencia también intentaba ayudar en todo a sus compañeros. Ahora ya no puede salir sola, pero hasta hace poco siempre paseaba y hacía recados a algunos residentes. "En el estanco ya me conocían, compraba tabaco para todos", cuenta entre risas. "Pero lo vendía por el mismo precio, ¿eh?, no ganaba nada", aclara. "Antes la gente era más cariñosa, nos cuidábamos todos más, ahora...", se queda pensando. "Con el tiempo uno se vuelve como más huraño". Luisa duda al decirlo, y se queda seria un momento. Pronto se pasa, vuelve a sonreír y aconseja a la periodista: "Lo importante es no perder la ilusión". Y le pregunta: "¿Es bonito el mar?".
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