La extraordinaria aventura gráfica de Miguel Calatayud
Por las ventanas del estudio de Miguel Calatayud, último premio Nacional de Ilustración, se puede ver uno de esos grandes hoteles que la ciudad de Valencia ha erigido en los últimos años como tributo babilónico y que igual un día de éstos le sirve como escenografía para un remake gráfico de King Kong llevándose de calle a la Fay Wray de la farmacia de la esquina. Situado en una de esas grandes avenidas por donde la ciudad ha estirado sus piernas hasta tocar con la punta de los pies la huerta, el estudio de Miguel Calatayud (Aspe, Alicante, 1942) está vestido con una cierta austeridad ornamental sólo quebrantada por el horizonte luminoso de una librería, en su momento, y las incisiones que un juguetón bulldog francés ha dejado en el sofá. "Siempre he procurado", dice, "evitar imágenes muy a la vista, igual es por este exceso iconográfico con el que trabajo y me gusta rodearme de un cierto vacío ambiental". Una sencilla mesa de trabajo, unos papeles, unas carpetas y unas acuarelas componen su menú diario. "Trabajo sobre todo por las mañanas para aprovechar la luz, y quizás por predisposición a eso que llamamos creatividad o pensamiento útil, aunque tengo que reconocer que últimamente he reducido mi ritmo de trabajo". Acaba de finalizar una historia con un león africano de nombre Kembo y ambientación en el París de las vanguardias y la siguiente aventura gráfica le trasladará hasta los cementerios de ballenas. "A mí el mundo de la imagen me apasiona, es un asunto con el que disfruto, siempre lo digo y a veces algunos se enfadan, pero nuestro trabajo está más relacionado con el cine que con la literatura, porque, quieras o no, mi memoria es más visual que literaria". Hace cuarenta años que publicó sus primeros trabajos en la ilustración envueltos en el lenguaje del pop y el cómic, y desde entonces no ha dejado de trabajar en cada uno de los campos que le ofrecía el papel en blanco y las dos dimensiones. "No hace falta decirlo pero este trabajo tiene un gran componente de diversión". Sobre su reciente Premio Nacional, afirma que "es un reconocimiento a toda la profesión". Atrás quedan otras épocas en que la figura del ilustrador se perdía en una nebulosa profesional entre la forma y el color. Y a la pregunta de qué es lo que hay que ofrecer al niño, no duda en responder: "No hay por qué establecer limitaciones, a mí me parece que el mundo visual es tan amplio que deben recibir muchas ofertas, y afortunadamente la propuesta visual es tan variada que pueden elegir". Y le sigue apasionando la emoción del color, y el papel aguado. "Este incidir en la superficie a mano tiene un encanto especial que yo defiendo y que me gusta".
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