La Vuelta de la modernidad
Montañas nuevas, 'maillot' rojo de líder, etapas nocturnas... La ronda española innova para sobrevivir
En Orihuela, su pueblo y el de Bernardo Ruiz, celebra la Vuelta 2010 el centenario de Miguel Hernández, poeta.
Miguel Hernández, a diferencia de su coetáneo Pablo Neruda, nunca escribió una oda a la bicicleta, sí al fútbol, murió joven, tuberculoso, en una celda franquista. Bernardo Ruiz, ciclista, nunca ganó la Vuelta, sí un podio, 1952, y alguna etapa en el Tour, y comenzó a ser ciclista en la posguerra, en equipos de Falange, en carreras organizadas por el Frente de Juventudes. Tiene 87 años, está fuerte como un roble y lúcido de cabeza como Federico Bahamontes, pero no pudo acudir a la presentación de la Vuelta a España ayer en Sevilla porque le acaban de operar de cataratas. Allí se habría encontrado a algunos viejos campeones, como Julio Jiménez, Angelino Soler, Bernard Hinault, Bernard Thévenet. Allí se habría, quizás, espantado ante un espectáculo, el recorrido de la próxima Vuelta, ininteligible. Un deprisa, deprisa, en el que el único momento de calma, poesía de la morosidad, es el recuerdo de Hernández. El resto es acción. O modernidad, como prefiere Javier Guillén, el director de la Vuelta, una empresa que forma parte de ASO, la organizadora del Tour.
"Es motivante. Si no la corro, quizás me arrepienta", dice Contador
La modernidad es cambiar el maillot oro -que sólo ha resistido del 99 al 2009- por el rojo, el color del éxito en España, el color de las selecciones. La modernidad también se esconde en otra frase de Guillén: "Si hay en España unas rampas del 23%, por ellas tiene que pasar la Vuelta".
Para evitar la aceleración a los aficionados al ciclismo, la Vuelta 2010 -"la Vuelta fiel a sus señas de identidad de los últimos años, de las novedades y de la innovación", dice Guillén- se presenta como un concentrado de acción sin apenas zonas de transición. Su trazado, definido también por la dificultad de encontrar ayuntamientos y diputaciones generosos con el ciclismo en estos tiempos de crisis, dibuja un mapa de España con cinco brochazos, el andaluz, la inicial contrarreloj por equipos nocturna en Sevilla, de la Maestranza a la torre del Oro; el levantino, con Orihuela y, después, el Xorret del Catí, la primera de las seis llegadas en alto; el catalán, con el Rat Penat, el murciélago, el repecho de Castelldefels que promete emociones en sus poco más de cuatro kilómetros con algunos pasos al 23%; el cantábrico, con tres llegadas más en alto, y, finalmente, el central, con la única contrarreloj, 46 kilómetros por los viñedos de la Ribera del Duero y, la víspera del final en Madrid, la subida por el cemento estriado que lleva a la Bola del Mundo, los repetidores de televisión por encima de Navacerrada, el Ventoux español.
Tan atractivo fue el condensado de emociones para los corredores modernos, que el paradigma de la modernidad, Alberto Contador, uno que no piensa de entrada correr la Vuelta, terminó diciendo: "La verdad es que es motivante. Si no la corro quizás me arrepienta de no haberlo hecho...".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.