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Reportaje:Mundial de Clubes, el título pendiente

Piqué, de Copa en Copa

El defensa busca su octavo título sucesivo tras lograr dos con el United y cinco con el Barça

A Rodolfo Borrell le conocen por Rodo. Durante años trabajó en La Masia, la cantera del Barcelona. Desde el verano forma talentos en The Academy, la del Liverpool. Vive para el fútbol formativo y tiene un don: a los buenos siempre los vio antes que nadie. Fue el primer entrenador de Gerard Piqué (Barcelona, 1987) y el que dijo a sus padres que iba a llegar arriba. "No le creímos", recuerda Montserrat Bertomeu, en Abu Dabi de vacaciones -trabaja en la Fundación Guttmann, cuyo objetivo es la rehabilitación de las personas afectadas por una lesión medular-. "¡Cómo íbamos a creerle si Gerard tenía 12 años!", insiste la madre del defensa. Pero Rodo no se equivocó: Piqué afronta hoy el primer paso hacia su octavo título consecutivo. En los dos últimos años ha encadenado los de la Premier y la Champions con el Manchester United y los cinco que lleva con el Barça tras regresar a su casa desde los ocho años.

Fue su padre, Joan, quien a esa edad le inscribió en el torneo social del club. Ex futbolista de Tercera, tuvo claro que la afición de su hijo había que potenciarla. A partir de ahí no dejó de aprender, crecer ni reír. Hijo único, pero hipersociable, Piqué siempre tuvo casta de líder. Así que su casa fue con frecuencia la prolongación de su clase en La Salle Bonanova o del vestuario. "Era como es ahora. Nunca dejaba de reír, hablar, hacer bromas", dicen los que le conocieron: su madre, sus compañeros de colegio, Messi, Cesc o Tito Vilanova, que le tuvo a sus órdenes de cadete seis meses. "Me pasaba el final del entrenamiento diciéndole: 'Gerard, estira; Gerard, estira'. El otro día se lo tuve que volver a decir: 'Gerard, estira'. Tengo la sensación de que llevo toda la vida diciéndoselo".

"No para. Siempre fue insoportable", bromea Messi, que encontró mucho apoyo en Piqué cuando llegó a España. En el campo siempre le protegía, cuestión de tamaño, y en el vestuario, con sus bromas, ayudó mucho a su integración. "Siempre tuvo mucho morro", dice Cesc, uno de sus mejores amigos. "Era el más fuerte del equipo y estaba en todos los fregaos", rememora el capitán del Arsenal. "Siempre fue el más cargante, un pesado", se ríe La Pulga. En cierto modo, le viene de cuna.

Gerard dio en la báscula más de cuatro kilos al nacer. "Parecía un bebé de mes y medio", dice su madre. Luego se le pusieron unos dedos tan largos que su abuela materna llegó a asustarse. Años después, también Vilanova. Al pasar a juveniles, le perdió la pista unos meses hasta que un día le vio y alucinó: "Deja de crecer o te pasaremos al basket", le dijo. "No ha dejado de crecer ni como futbolista ni como persona", reconoce ahora; "fue un niño positivo, feliz, un encanto. Inquieto, no paraba, pero muy noble".

Piqué se fue a Manchester igual de risueño y alto que volvió, pero el doble de ancho de lo que se fue, según los archivos médicos. "La decisión de dejar el Barça la tomó él. Durante meses estudió la oferta y decidió que era lo mejor", dicen en su entorno. "Maduró mucho esos años", dice su madre, que habría preferido que se quedara para no perjudicar sus estudios. Como sus maestros y compañeros de La Salle saben que podría haber cursado la carrera más difícil. "Es verdad", se ríe Piqué, "pero no me ha ido mal". Le ha ido tan bien que está en el camino de ganar su octavo título sucesivo. "A veces me pregunto dónde está su límite", confiesa Pep Guardiola.

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