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Columna
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Cainismo

El reciente fracaso del campus de excelencia auspiciado por la UV y por la UPV se ha saldado con una serie de explicaciones antagónicas que podrían resumirse en estas dos: o el Gobierno central es antivalenciano -como sostiene el Gobierno autonómico- o el proyecto estaba mal coordinado y faltó apoyo por parte del Consell -según afirma la oposición-; dualidad que, con matices, se repite en las valoraciones que se han hecho desde las propias universidades. Uno se pregunta, no obstante, si las cosas tienen que ser siempre blancas o negras, si no existen matices de gris. ¿Acaso una vieja tradición centralista del Estado español -expertos internacionales influenciables mediante- es incompatible con el hecho de que el enfrentamiento de las universidades públicas de Valencia se lo ha puesto fácil?

Desde luego, el que piense que si sólo se aprobaban dos campus de excelencia, podían faltar Madrid y Barcelona, es que vive en otro país. Y no sólo a causa de la actitud del Gobierno central, desde Felipe II. Basta poner el telediario: vamos a pulsar la opinión de la calle -dicen- y la calle es la de Alcalá; vamos a informar sobre la gripe A -se proponen- y se van al Gregorio Marañón; veamos cómo andan las compras de Navidad -nos anuncian- y aparecen las tiendas de Preciados. De vez en cuando incluyen una nota exótica, léase catalana, "para que no se enfaden", y se acabó. No es porque nos odien a los valencianos. Es que pasan de nosotros: como de los extremeños, de los aragoneses, de los gallegos, de todo bicho viviente.

Mas esto, que es verdad, no debería cegarnos hasta el punto de hacernos ignorar nuestra tradición cainita. Blasco y Soriano no son sólo historia, constituyen nuestra actualidad más palpitante. Ambos eran republicanos, pero también Camps y Ripoll son del mismo partido, y Alarte y Pajín, por su lado, también. Yo nunca he entendido el porqué del enfrentamiento UV-UPV, dos instituciones que tan apenas compiten. El productor de naranjas mira con desconfianza al campesino de la finca de al lado, no al ceramista del pueblo. Pero en Valencia los productores de químicos, médicos, abogados, economistas y profesores resulta que no pueden soportar a los fabricantes de arquitectos e ingenieros, y al contrario. Llevamos un cuarto de siglo disputándonos especialidades y apoyos políticos. Decía Carlo Cipolla en su obra Allegro ma non troppo que hay cuatro clases de conducta humana: el incauto se perjudica para beneficiar al otro; el malvado se beneficia en detrimento del otro; el inteligente se beneficia beneficiando al otro; y el estúpido se perjudica a sí mismo al tiempo que perjudica al otro. Adivinen a qué grupo pertenecemos los miembros de la UV y de la UPV.

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