Independencia para salvar la vida
Una empresa sevillana da trabajo a mujeres víctimas de la violencia machista
A Juana, de 47 años y madre de dos hijos, su marido le pegaba una paliza cada vez que ella volvía de colaborar con Cruz Roja. Así, durante 10 años. "Y, encima, tenía que estar siempre sonriendo. No podía permitir que se sospechase nada". Juana en su adolescencia era alegre, extrovertida, solidaria, bien parecida; hacía deporte... "Él se apoderó de mi mente; me apartó del mundo, de la familia...". Luego, un día, aquel hombre se hartó de tanto voluntariado y quiso cortar por lo sano: decidió quemarla viva. Y allí, en la cocina, Juana se convirtió en una bola de fuego y terminó en la UCI donde, según los médicos, "sobrevivió de milagro". Hoy, después de 37 operaciones e innumerables secuelas y dolores que tendrá que soportar de por vida, Juana sonríe otra vez gracias a que ha encontrado trabajo en Cailu (Centro Andaluz de Integración Laboral Unificado), la empresa de serigrafía y distribución publicitaria que dedica su esfuerzo y recursos a ayudar a mujeres víctimas de la violencia.
En la empresa, de serigrafía, trabajan 21 mujeres con contrato indefinido
¿Y qué fue del incendiario? "Nada. No le pasó nada. Él ahora disfruta de la indemnización de 120.000 euros que le dio el seguro por la quema del piso y, por supuesto, mantiene el trabajo. Todo gracias al juez, que consideró que el mío había sido un accidente doméstico". Juana lo cuenta indignada y entre lágrimas.
El caso de Teresa, 54 años, no es menos tenebroso. Ella sobrevivió a cuatro disparos de escopeta que le descerrajó su ex marido, individuo al que conoció a los 14 años y con quien tiene dos hijos. De aquella agresión, culminación de décadas de maltrato, aún conserva Teresa 1.200 perdigones en el cuerpo y otras secuelas: no ve de un ojo y apenas puede comer; uno de los disparos le destrozó la boca y la cara. Sin embargo, Teresa, como Juana o Raquel (las tres con nombre supuesto), sigue creyendo en el género humano. "Fíjate, yo sigo pensando que hay gente buena, personas que nos ayudan". Lo dicen, casi al mismo tiempo, Juana y Teresa. Quizá porque ahora trabajan en Cailu y "aquí todo es diferente", corrobora Raquel, 24 años, que ha sufrido ya "todo tipo de violencia de género" que se pueda imaginar. El día que llegó a esta empresa -por un teléfono que alguien le dio-, la trataron tan bien que no hacía más que preguntar que "dónde están escondidas las cámaras". Pensaba que "era una broma de televisión". Jamás en su vida la habían tratado así.
Este año, en España, son ya 50 las mujeres asesinadas por sus parejas, pero, ¿qué ocurre con aquéllas, cientos de ellas, que sobreviven a la agresión? "A la mayoría las olvidamos. Sin autoestima ni recursos; solas, asustadas... Apenas soportan esta nueva violencia que es su exclusión social". Cristina Pavón es abogada y la presidenta de Cailu.
Pavón puso en marcha este centro en 2002 para ayudar a estas mujeres. En ocho años han pasado por él 76. A todas, además de trabajo, las han asesorado, formado, "y enseñado a ser independientes. La independencia económica salva vidas", concluye Pavón. El objetivo, añade, "es que este centro sea una estación de paso para luego incorporarse a otras empresas".
En Cailu trabajan ahora 21 mujeres víctimas de maltrato -todas con contrato indefinido y cobrando salarios según el convenio de artes gráficas- y hay una lista de espera de más de 200. "La crisis económica está haciendo estragos. Algunos hombres, cuando se quedan en paro, se largan de casa o se gastan todo el dinero que cobran y dejan a la mujer y a los hijos en la indigencia", comenta Pavón. Porque las mujeres, agredidas o no, siguen siendo capaces.
Lo cuenta, con sorna, Pavón: "Casi antes de aprender a leer, ya nos enseñaban a ser gerentes: tanto para pan, tanto para fruta, tanto para el teléfono... Está claro que somos especialistas en dar servicios y en hacer varias cosas a la vez". La singularidad de su empresa, no obstante, no es óbice para que este Centro Especial de Empleo, ubicado en Alcalá de Guadaíra (Sevilla), tenga "el mismo objetivo y ánimo de lucro que cualquier otro negocio: ganar dinero". "Aunque ese dinero se destine después a crear nuevos puestos de trabajo y mejorar" las instalaciones, concluye. Cailu factura 1,4 millones de euros al año. Pavón cree que son ya una empresa consolidada, con posibilidades de seguir creciendo: "Y eso que la crisis económica y la violencia machista, in crescendo, nos persiguen".
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